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de las labores, con la consiguiente moralización de los y
las estudiantes.
  La UMT se conformaba de un conjunto de escuelas-
talleres donde sólo se impartía docencia técnica en
niveles básicos y medios, constituyendo un esfuerzo por
modelar conductas y dotar de conocimiento prácticos a los
sectores populares, y estando lejos de corresponder a una
Universidad en la concepción de ‘universidad compleja’,
vale decir, que cumpliera funciones superiores a la simple
docencia, desarrollando investigación y extensión. Con
esto, afirmamos que los esfuerzos por generar espacios
de formación de mano de obra calificada de nivel superior,
que se intensificarán en la década de 1940, se relacionaron
no sólo con la formación de cuadros técnicos capacitados
en los procesos productivos industriales, sino también
con la moralización y corrección de aquellas conductas
evaluadas como nocivas para el progreso de la nación. Por
tanto, consideramos que sería reducido analizar las ideas
orientadas a la conquista del progreso sólo desde el aspecto
económico, en tanto la suma de procesos formativos de
mano de obra calificada como un factor productivo, puesto
que este proceso contó también con una arista social,
vinculada a la reconversión de las conductas de los sectores
populares mediante la formación de una ‘moral’ productiva.
Dicho de otro modo, la formación del nuevo factor productivo
requería imprimirle una moral productiva también nueva.
Así, y como tantas veces en la historia nacional, progreso y
civilización aparecen nuevamente de la mano.
  El proyecto del diputado Quevedo Vega buscaba
complejizar la UMT, concibiéndola como un componente
importante de un proyecto integral de reforma del sistema
de educación técnica. Así lo expresó en la 24ª Sesión
Ordinaria del 22 de julio de 1929, donde invitaba a que el
Presidente de la República tomara la UMT “como una hija
adoptiva y darle vida con el calor de sus ansias patriótica
7
”.
Mas los argumentos esgrimidos no apuntaron sólo al
pasado inmediato, sino que se remontaron a la experiencia
educativa del siglo XIX, particularmente a las labores que en
este sentido desarrolló la Escuela de Artes y Oficios (EAO),
fundada en 1849. Dicha escuela era el principal espacio
de formación de técnicos y artesanos a nivel nacional, por
lo que la propuesta del diputado Quevedo la instalaba en
el centro del proyecto encauzado a potenciar la educación
técnica. Para darle al sistema un carácter de educación
superior, Quevedo sostuvo que:
“bastaría con ampliar nuestra EAO y transformarla en
lo que debe ser: la formadora de obreros de todas
las artes manuales, la descubridora e impulsadora de
todos aquéllos que tengan condiciones de artífices, y la
seleccionadora y protectora de los más capaces”
8
.
  Esta primera experiencia vinculada a la reforma de la
educación técnica venía además a completar la reforma
iniciada para el sistema educativo científico-humanista con
la aprobación de la Ley de Instrucción Primaria Obligatoria
en 1920. Nueve años después de su aprobación, la Ley
ya daba sus primeros frutos, por lo que se estimaba que
en el nuevo escenario económico y social el problema no
era tanto “enseñar a leer a los analfabetos, sino preparar
a los obreros de mañana, de modo de capacitarlos para
el ejercicio de todos los oficios y preparar así la futura
masa industrial del país”
9
. Si bien la idea de reflotar o
ampliar las funciones que había cumplido la UMT no
llegó a su ejecución, progresivamente se sucedieron los
proyectos que, de manera paulatina, fueron estableciendo
la necesidad de fundar una institución superior de carácter
7.Sesiones Cámara de Diputados, 22 de julio de 1929, p. 999.
8.Ibíd.
9.Sesiones Cámara de Diputados 17 julio de 1929, p. 957.
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