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docente”. Es así como el verdadero rol del profesor se ve
empañado por estas políticas exigidas, provocando que
las clases mayoritariamente se conviertan en espacios de
entrega de contenidos y de ejercitación en función de lo
que será evaluado por la prueba SIMCE, acotando cada vez
más los espacios de tiempo dedicado a aspectos también
importantes para una educación integral, como lo son las
clases de orientación, los consejos de curso, la educación
cívica, las reflexiones en torno a un tema controversial, las
actividades de tipo artístico-cultural, entre otros.
  En este contexto, las prácticas pedagógicas lentamente
se han ido alejando del sentido humanizador de la educación,
problemática que ha llegado incluso a las aulas del nivel
kínder, en donde la presión ejercida por la mejora en los
resultados de la prueba SIMCE, específicamente en el área
de lenguaje - la que se aplicará también en segundo básico a
partir del año 2012 -, ha repercutido fuertemente en el rol de
la educadora de párvulos, quien se enfrenta a la obligación
de finalizar el año escolar con el 100% de los niños leyendo
y escribiendo. Esta exigencia, que muchos colegios han
adoptado como política, ha provocado que la educadora
deba optar por prácticas pedagógicas y metodologías de
enseñanza poco coherentes y pertinentes a la realidad de
los niños y del nivel educativo, contradiciendo lo explicitado
en el currículum de Educación Parvularia.
  Con la urgencia de que todos o al menos la gran mayoría
de las niñas y los niños lean y escriban, las educadoras de
párvulos han tenido que destinar gran parte de la jornada
escolar al logro de este aprendizaje de una manera más
rigurosa y no espontánea como debiera ser. De este modo,
paulatinamente el nivel kínder comienza a escolarizarse,
perdiendo esa esencia propia de la Educación Parvularia,
donde el niño aprende jugando, donde sus intereses y
motivaciones son temas de conversaciones y aprendizajes,
donde lo artístico predomina en todas sus expresiones y
donde el proceso de socialización es vital.
  En este sentido, observamos una contradicción entre
el marco curricular de la Educación Parvularia (currículum
prescrito) y los contenidos a enseñar y metodologías
utilizadas actualmente al interior del aula del nivel kínder
específicamente (currículum enseñado).
  Para comprender esta contradicción se hace necesaria
una revisión del marco curricular de la Educación Parvularia.
En él se señala lo siguiente: “la Educación Parvularia
constituye el primer nivel educativo que, colaborando con
la familia, favorece en el párvulo aprendizajes oportunos y
pertinentes a sus características, necesidades e intereses,
fortaleciendo sus potencialidades para un desarrollo pleno
y armónico”
1
. Destaca, a su vez, el rol de la educadora
como modelo, formadora, diseñadora, implementadora y
evaluadora de los currículos, cuyo papel de seleccionadora
de los procesos de enseñanza y mediadora de los
aprendizajes es crucial. Por tanto, es ella quien decide que
actividades realizar y cómo realizarlas en función del logro
de los aprendizajes esperados y de las características de
sus alumnos.
  Se destacan, además, ocho principios de aprendizaje
propios de este nivel, de los cuales, para entender mejor el
fenómeno en cuestión, se hace preciso destacar dos. Por
una parte, el principio de juego, el cual enfatiza el carácter
lúdico que deben tener las situaciones de aprendizaje, ya
que a esta edad el juego es el medio por el cual el/la niño/a
aprende y da paso a la creatividad, imaginación, gozo y
libertad. Y, por otra, el principio de singularidad, que alude
al respeto permanente del nivel de desarrollo en que se
1.Ministerio de Educación (2005), Bases Curriculares de la Educación
Parvularia, extraído desde
/
BasesCurricularesEducPar.pdf, p. 14.
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