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Nº 12 / Octubre - Noviembre 2015 / El Paracaídas
Las estudiantes del Liceo N°6, del que Mistral fuera
directora en 1921, se ubicaron a los costados del fére-
tro para montar la guardia de honor. Encomendadas
por el ministro de Educación y vestidas con su mejor
uniforme, las niñas acompañaron a la Premio Nobel
junto a los cirios e hicieron turnos hasta su funeral.
Una anciana comenzó a temblar y descompensarse:
Clara Godoy Orrego, prima de la poeta, que viajó desde
La Serena,sufrió una crisis
nerviosa.Nosería la primera
ni la única que ocurriría en los honores a Mistral.
A las siete de la tarde se iniciaron las visitas del público,
que desde el ingreso del féretro se había comenzado a
agolpar en las inmediaciones de la Casa Central. A las
nueve de la noche Carabineros tuvo que organizar filas
dobles que salían por la Alameda, doblando por San
Diego hasta Alonso Ovalle. En su lugar de reposo,
Mistral lucía un traje de terciopelo negro; el mismo
que usó cuando recibió el Nobel en Suecia.
EL ÚLTIMO ADIÓS
El presidente Ibáñez volvió a la Casa Central a las 9 de
la mañana del lunes 21 de enero de 1957. La Orquesta
Sinfónica musicalizaba Los Sonetos de la Muerte.
Juan Gómez Millas subió al estrado y pronunció
una oración de despedida. Entre los asistentes a la
ceremonia estaban Amanda Labarca, el ex ministro
Radomiro Tomic, Juan Guzmán Cruchaga, su amigo
Hernán Díaz Arrieta (Alone) y Matilde Ladrón de
Guevara. “No tuvo hijos; pero se hizo madre en sus
cantos maternales para los hijos de todas las madres
y, de su vientre fecundo, renació su valle y, a nueva
vida, los campesinos de aquel valle y de todas las tie-
rras del mundo”, dijo el rector.
Decanos y autoridades del mundo educacional tomaron
la urna al son de “La heroica de Beethoven”para sacarla
hasta la puerta. A las 9:33 de la mañana Gabriela Mis-
tral cruzaba el umbral de la puerta, esta vez, para no
volver, dejando atrás, como relata Héctor Fuenzalida,
“un gran silencio” y “un hedor floral marchito”.
El cortejo cruzó la Alameda hasta llegar a Ahumada.
Encabezados por tres patrullas de Carabineros, una
delegación del Liceo Experimental Gabriela Mistral,
un furgón de las pompas fúnebres y bandas militares,
el carro mortuorio iba acompañado de 13 hombres de
tropa con sus armas. Atrás lo seguían el presidente y
las demás autoridades. Las campanas de la Catedral
resonaron y el ataúd entró a la misa de responso ante la
atenta mirada de centenares de personas apostadas en
las afueras del templo, arriba de los árboles y al interior
de los edificios aledaños.
Camino al cementerio General, el cortejo llegó a Aveni-
da La Paz, donde la gente se acercaba tratando de ver la
urna o esperaban verla pasar desde las alturas de los te-
chos; arrojaban pétalos de flores, movían pañuelos blan-
cos y agitaban impresiones de Los Sonetos de la Muerte
que esos días vendieron los suplementeros. En el Hospi-
tal José JoaquínAguirre los enfermos se asomaron por las
ventanas para despedirse. Desde el Cerro Blanco, otros
se apostaban a mirar desde las alturas lo que alcanzaran.
A las 12:03 se inició la ceremonia final. El ministro
de Educación y el decano de la Facultad de Artes,
Luis Oyarzún, ofrecieron sus discursos a los asisten-
tes que caminaron al mausoleo donde descansaría
provisoriamente Gabriela Mistral. Recién el 22 de
marzo de 1960 fue exhumado el cuerpo de la Premio
Nobel para subirlo nuevamente a un avión y llevarlo
a La Serena, en un último viaje hasta su última vo-
luntad: llegar a su añorada tierra de Montegrande.
“La gente se veía en ella, las profesoras
normalistas eran Lucilas. La valoración de su
obra en Chile, en esos momentos no empezaba
aún”, dice Rolando Manzano Concha.