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El Paracaídas / Nº 12 / Octubre - Noviembre 2015

directamente con su obra, la mayoría no la

había leído y mal podría citar un verso suyo.

La gente se veía en ella, las profesoras norma-

listas eran Lucilas. La valoración de su obra

en Chile, en esos momentos no empezaba

aún. Para el pueblo, que nunca la había leído,

fue como la muerte de la Virgen del Carmen,

patrona, defensora, símbolo, todo junto. En

quien se reflejaban, quien simbolizaba la lu-

cha diaria de un pueblo se había muerto, y la

fueron a despedir”.

Fuenzalida recuerda que sólo se interrumpió

este “río humano” el sábado 19 de enero entre

las 10 y 12 de la mañana para el homenaje del

cuerpo diplomático y el lunes a las 8:30 para los

rituales previos a los funerales; “fuera de estas

horas, todo fue un ir y venir de la delgada y si-

lenciosa ola”.

EN EL SALÓN DE HONOR

De pie en el hall de entrada al Salón de Ho-

nor de la Universidad de Chile, el rector Juan

Gómez Millas esperaba la llegada de Gabrie-

la Mistral. Ya había aguardado por ella ahí dos

años y medio antes, cuando la poeta entraba a

la Casa Central para recibir el grado de Doctor

Honoris Causa, que por primera vez entregaba

la institución. Esta vez, el 18 de enero de 1957,

Mistral ingresaba al edificio en un ataúd para

su último reconocimiento público: el adiós del

pueblo de Chile.

Acompañado de los integrantes del Conse-

jo Universitario, el rector se acercó a recibir el

ataúd. La urna pasó el umbral de la casona en-

contrándose primero con los niños del Instituto

Nacional. Allí, los funcionarios de la funeraria

abrieron la urna café claro que venía cubier-

ta por la bandera chilena, quitaron el vidrio y

un paño blanco que tapaba su rostro, dejando

ver, entre medio de los flashes de la prensa, a

la Premio Nobel 1945. Ante la expectación de

los presentes emergió el perfil de Gabriela Mis-

tral, que estaba inclinado ligeramente al costado

derecho. Uno de los empleados, dudando, tomó

entre sus manos su cabeza para enderezarla.