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Nº 12 / Octubre - Noviembre 2015 / El Paracaídas
Con sus manos cruzadas a la altura del vien-
tre, la poetisa sostenía un crucifijo de plata. A
la urna, rodeada de cintas de las ofrendas y con-
dolencias que arrastró en su viaje desde Nueva
York a Santiago, se acercó Raúl Pinto, párro-
co de Paihuano, para rezar por el responso de
Gabriela. Con él venía el espíritu del Valle del
Elqui a la capital a rendirle tributo.
El ritual comenzó a las 18:05 cuando, vestido de
terno y no de uniforme demilitar,ingresó a la Uni-
versidad el presidente Carlos Ibáñez del Campo,
el mismo que en correspondencia con amigos la
Premio Nobel había definido como “su enemigo”
por cancelar su jubilación de maestra en su primer
gobierno, y el que en algún momento había des-
pertado el interés de la autora de Los Sonetos de
la Muerte por escribir su biografía; el mismo que
en noviembre de 1956 había enviado un proyecto
de ley al Congreso para restituir la jubilación de
Mistral cuando ella volviese a Chile.
Moviéndose en medio del público, Luis Robles,
del Servicio de Fotografía de la Universidad,
pudo retratar los principales hitos de las casi 62
horas que la Premio Nobel estuvo en la Casa
Central. El material que capturó, inédito hasta
hoy, será parte de la publicación [Re]vuelta Mis-
tral, que será presentada cuando la Universidad
de Chile inaugure la Sala Patrimonial Gabriela
Mistral. Con el trabajo del Premio Nacional de
Artes Plásticas 2003, Gonzalo Díaz, y del artis-
ta visual Richard Solís, este libro homenaje hará
público este importante registro custodiado por
el Archivo Central Andrés Bello.
Robles pudo capturar toda la solemnidad del
contexto tras los abnegados preparativos con
que el Estado le rindió honores a una poco re-
conocida Premio Nobel, esto, a pesar de que,
como explica Iribarren “a Gabriela nunca le
gustaron las grandes ciudades, las muchedum-
bres, los homenajes en su honor, ni los grandes
actos protocolares. Quizás con los años se vio en
la necesidad de aceptar un poco a regañadien-
tes que estos eran parte de ese mundo en que
le tocó vivir. Seguramente si hubiese tenido la
oportunidad de elegir, no lo habría hecho”.
Mistral,
acompañada de
la fotografía de
su madre y de su
crucifijo de plata,
y escuchando
una vieja canción
judío española,
se despidió
de la lucidez
pronunciando la
palabra “triunfo”.