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“Cuando usted sea Presidente, me daré
tres vueltas en mi tumba”, le escribió
Mistral. Llegué a la casa, me abrió la
puerta un señor que me dijo que sí,
que esa había sido la casa de Mistral,
que él no tenía idea cuándo la compró,
que estaba cansado de que le tocaran
el timbre, que la gente entraba porque
quería conocerla y la casa no estaba en
buenas condiciones. “Imagínese”, me
dijo. Y dijo que él hacía lo que podía,
que había que pintarla, que fue has-
ta el municipio para conseguir ayuda
económica para comprar pintura, que
le dijeron que no. Me dijo que iba a
vender la casa porque finalmente no
le había traído sino problemas. Desde
luego el Estado no compró la casa pues
estaba fuera de los parámetros discur-
sivos en torno a la poeta.
Y quiero también traer otra imagen. El
Estado de Chile el año 2007 recibió un
archivo de Gabriela Mistral. En el año
2009 se publicó el libro Niña Errante
que recogía la correspondencia entre
Doris Dana y la poeta. De manera in-
desmentible, el Estado daba una vuelta
de tuerca como diría Henry James y ra-
tificaba que existía entre las dos mujeres
una relación amorosa. En esa corres-
pondencia me pareció realmente crucial
cómo en algunas cartas, en el interior
del mismo texto, Mistral pasaba veloz-
mente del masculino al femenino. Pensé
en una performática del género en la
letra, una torsión que portaba deseos
y sentidos, “Soy colérico”, “soy celoso”
aseguraba Mistral en sus cartas y más
adelante, en el mismo texto, se quejaba
puntillosamente como una “mujercita”
del malestar en sus pulmones. Esa tea-
tralidad de la escritura, su deslizamiento
de género, me resultó pre Buttler. Ac-
tual. Como un sueño prospectivo.
Y como última imagen, viajé al Elqui
nuevamente. Lo hice cuando ya la
poeta no era la víctima de la fatalidad
amorosa del siglo XX sino una mujer
lesbiana del siglo XXI. Se había produ-
cido una poderosa re-construcción es-
tatal. Y en ese viaje puntual, subí hasta
su tumba con una multitud de personas
que conformábamos una peregrinación
poética. Sí, porque finalmente el Norte
Chico es mistraliano. Y de siglo en si-
glo Mistral mantiene intacto su poder
porque la verdad es que, a pesar de to-
dos sus incontables dolores, sus huesos
resistieron mucho más allá de lo posi-
ble y de lo pensable.