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El Paracaídas / Nº 12 / Octubre - Noviembre 2015

paradojas. Produjo incesantes eman-

cipaciones de sí misma mediante la

alteración, como asegura Rancière, de

lo posible y de lo pensable. Conside-

rada la maestra por excelencia hay que

tener en cuenta –y este es un dato fun-

damental- que Mistral jamás asistió a

la escuela. Fue escolarizada por su her-

mana y su carrera pedagógica se cons-

truyó de una manera aleatoria, ligada

a los imperativos alfabetizadores de su

tiempo, precarios en zonas rurales.

A los 14 años, gracias a su hermana,

empezó a trabajar como ayudante de

preceptora, siempre en la zona nortina.

Pensé en esos huesos trabajadores que

cuando ingresaron a la escuela lo hicie-

ron directamente al lugar jerárquico de

los que impartían el saber.

A pesar de los despidos constantes,

siguió de escuela en escuela profundi-

zando una formación completamente

autodidacta. A los 25 años ya llevaba

once de trabajo docente. En verdad era

lo que se podría denominar una “vieja

profesora” cuando escribe desde el liceo

de Los Andes a Isauro Santelices. Me

he preguntado muchas veces por su si-

tuación académica cuando no anómala

sí excepcional. He pensado también

en sus dolores, digamos, educativos y

cómo consiguió emanciparlos. Así fue

alcanzando un estatus hasta que, de

manera contundente, la Universidad

de Chile le concedió por gracia el títu-

lo de Profesora de Estado.

Más allá de la polémica que provocó

su título en el área profesional docente

de la época y que la humilló al poner

de relieve su no formación profesional

hasta oponerse o impedir determina-

dos nombramientos, Gabriela Mistral

logró revertir su calidad de autodidacta

para transformarse en una especialista.

Porque José Vansconcelos, el recono-

cido intelectual y poderoso Ministro

de Educación, la invitó en 1922 para

trabajar en la reforma de los planes de

educación en México.

Ese desacomodo estaba en otros órde-

nes de su vida. En los primeros años

del siglo XX, la ciudad de Santiago

celebraba con gran despliegue mediá-

tico la llamada “Fiesta de la Primave-

ra” organizada por los estudiantes de

la Universidad de Chile. Y la elección

de la “Reina de la Primavera” cons-

tituía el momento más concurrido y

celebrado de la fiesta.

También coincidía con los “Juegos

Florales”, un concurso de poesía. Así, la

coronación de una reina se sobrecoro-

naba con un concurso poético de gran

importancia donde el poeta ganador

recibía un premio que le daba visibi-

lidad y que se entregaba solemnemen-

te en el Teatro Municipal. Se enten-

día que los poemas elegidos eran una

ofrenda para la reina del certamen. El

año 1914 la vencedora de ese concur-

so fue Gabriela Mistral con su poema

“Sonetos de la Muerte”.

Su galardón no estuvo exento de po-

lémicas. “Sonetos de la Muerte” es un

oscuro poema de amor, pero especial-

mente es un himno a la venganza. Un

poema fundado en los restos: “porque

hasta ese hondor recóndito la mano de

ninguna bajará a disputarme tu puña-

do de huesos”, un poema oscuro, cruel,

gótico, celebratorio de la muerte y de la

Pensé acaso el dolor no era

una de las condiciones de lo

femenino. Pensé en que podría

existir una conexión entre

género y dolor, en su sentido

más físico como también

simbólico. Pensé que Mistral,

desde esa perspectiva, podía

convertirse en un hito, en un

ejemplo no consignado por

las pedagogías estatales.