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Nº 12 / Octubre - Noviembre 2015 / El Paracaídas

Desde la primera imagen que se nos entrega de Gabriela, la de la

maestra, la joven que vence en los Juegos Florales de provincia hasta la

última que se nos ha revelado, la escritora de los amores lésbicos revelados

luego de su muerte y buscados con un cierto halo escabroso por los medios,

hay un camino recorrido en el cual la escritora se manejó con una habilidad

extraordinaria, previendo casi la imaginería post mortem.

ñora conservadora

que el país quería y

que se enorgullece

en mostrar, al punto

que la Junta Militar

que se impone en Chi-

le el año ‘73 pone su

nombre al edificio en

donde se asienta el po-

der ilegítimo. Más tarde

su imagen se imprimirá en el billete de

uso corriente de cinco mil pesos. Los militares

entronizan a Mistral intentando desdibujar en

el país la presencia de Neruda que irradiaba en

el período de Allende.

Pero existen los investigadores de la literatura

y sus secuaces. Entonces a fines de los ochenta,

cuando ya el período militar comienza a estar

cuestionado socialmente, la crítica – todo par-

te de las feministas, naturalmente – se reúne en

torno a La Morada para dialogar sobre Mistral.

Mucha agua ha pasado bajo los puentes de la

teoría, y nuevas lecturas han comenzado a vi-

sualizar otras dimensiones. Los trabajos que allí

se presentan – lo recuerdo como una epifanía-

comienzan a poner en evidencia resquicios de

la escritura sorprendentes por su virtualidad, es-

pacios poéticos leídos con posibilidades inéditas

y comienza entonces a aparecer una Gabriela

Mistral nueva, remozada, lejos de toda ñoñería,

de sentidos plurales, de recónditos abismos.

Gabriela queda en evidencia entonces como una

nueva imagen: como una mujer traspasada por

conflictos internos, tensionada por sus propios

abismos. Gabriela aparece como una identidad

compleja, atractiva al análisis, nueva. Esta nueva

imagen- “una en mí maté / yo no la amaba”-,

evidentemente implicaba -implica aún- una

lucha. De alguna manera su existencia expresaba

las grandes divisiones ideológicas, sociales y eco-

nómicas del país entre sus sectores conservadores

y sus sectores progresistas y de vanguardia. La

complejidad exigía batallar por su hegemonía.

Evidentemente, nadie más que Gabriela sabía

de la existencia de esta imagen que nosotros

descubríamos a punta de bibliotecas y archi-

vos. Pero al mismo tiempo, no era la que el país

quería. Ella siempre estuvo mucho más adelan-

te que nosotros.

Hoy su correspondencia nos ha entregado una

tercera imagen, la de su dimensión lésbica. De

alguna manera lo presentíamos y esto agregaba

otro elemento a su complejidad. Con esto la

primera imagen conservadora se rompe total-

mente. Si ella guardó su correspondencia sa-

bía que el país se enteraría en algún momento.

¿Cómo absorberá esta imagen el país ahora?

Lo más interesante de todo es que esta surge

en un momento en que hay importantes sec-

tores abiertos a la diferencia. Es como si ella lo

hubiese imaginado.