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P.P. / Nº4 2017
cos y hay que agregar, también, las redes sociales y sus
intervenciones y distorsiones.
Desde luego, en lo personal, sería incapaz de leer qué
sucedió para que un candidato tan lineal, curioso y ex-
tremo se convirtiera en presidente de los Estados Unidos.
Más bien, para mí, lo importante fue entender que la
democracia estadounidense porta una paradoja, pues no
son coincidentes el voto directo y el resultado electoral.
En ese sentido, desde el conteo electoral por estados
Trump venció ampliamente y se erigió como presidente.
Pero desde la votación ciudadana perdió también de ma-
nera consistente. Esta diferencia, al parecer, es la más ro-
tunda en toda la historia electoral de los Estados Unidos.
Otro punto neurálgico se ha centrado en señalar que los
votantes de Trump pertenecerían, en gran número, a los
sectores más pobres de la población blanca. Una clase
trabajadora desplazada por la globalización capitalista
y tecnológica (el uso de robots como fuerza de trabajo)
que fue cautivada por un discurso paradisíaco que pro-
metía una vuelta atrás, al retorno hacia una sociedad
productiva, protagonizada por esos trabajadores legen-
darios, relegados por una mano de obra radicada ahora
en China, India o en México, entre muchos países.
Sobre estos votantes, de manera injusta, recae todo el
resultado electoral. Son esos blancos expulsados de su
cultura obrera los que absorben la responsabilidad. Sin
duda, como en todas partes, existen numerosos grupos
populares inflamados por un nacionalismo escolar, por
fobias, por pensamientos y conductas alarmantes de
corte fascista. Pero definir al conjunto de los trabaja-
dores como “ignorantes” y adjudicarles enteramente el
resultado de esta elección, parece una reacción clasista.
La primera pregunta debería establecerse sobre una ex-
trema debilidad del mismo Partido Republicano y su
frente de postulantes con tradición y experiencia políti-
ca que, sin embargo, no lograron convocar a sus propias
bases. Donald Trump es un
outsider
sin una militancia
ni historia en el partido y, por supuesto, sin ninguna ex-
periencia en cargos de representación pública. Por otra
parte, el Partido Demócrata no consiguió perforar el
discurso “trumpista” porque existe un malestar laboral
que se arrastra desde la crisis y una distancia ideológica,
básicamente, con los jóvenes cansados del neoliberalis-
mo que los agobia.
Hay que señalar que el Partido Demócrata experimen-
tó una derrota en todos sus frentes por la pérdida de
representantes en las cámaras. En ese sentido, el “lega-
do” del presidente Barack Obama está en franco riesgo
ante las sucesivas promesas de Trump de terminar con
el programa de salud pública, llamado también
Obama-
care
; el mismo suspenso se yergue ante la reanudación
de relaciones diplomáticas con Cuba o los acuerdos con
Irán, la inversión en cuidado de medioambiente, entre
otras materias.
Por otra parte, el discurso Trump deshizo conquistas
importantes conseguidas por luchas civiles y puso sobre
el escenario público la arrogancia del poder del dine-
ro y su saber en torno a recursos mediáticos para esta-
blecerse como centro de la atención pública. Ninguno
de sus insultos y exabruptos detuvo su inscripción. Su
debilidad conceptual quedó en evidencia en cada uno
de los debates donde se refugió en meros clichés y la
promesa de “hacer grande a los Estados Unidos otra
vez”. Así, desde una posición de una derecha ultra po-
pulista, nacionalista y racista, se generó un personaje
que daba una impresión, hasta cierto punto,
freak
. Pero
atravesando las analíticas y las lógicas, resultó electo el
presidente del país más poderoso y del que desconfían
casi la totalidad de los líderes del mundo, salvo su “alia-
do”, el presidente Putin.
“Definir al conjunto de los trabajadores como ‘ignorantes’
y adjudicarles
enteramente el resultado de esta elección, parece una reacción clasista”.