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P.28

P.P. / Nº4 2017

cos y hay que agregar, también, las redes sociales y sus

intervenciones y distorsiones.

Desde luego, en lo personal, sería incapaz de leer qué

sucedió para que un candidato tan lineal, curioso y ex-

tremo se convirtiera en presidente de los Estados Unidos.

Más bien, para mí, lo importante fue entender que la

democracia estadounidense porta una paradoja, pues no

son coincidentes el voto directo y el resultado electoral.

En ese sentido, desde el conteo electoral por estados

Trump venció ampliamente y se erigió como presidente.

Pero desde la votación ciudadana perdió también de ma-

nera consistente. Esta diferencia, al parecer, es la más ro-

tunda en toda la historia electoral de los Estados Unidos.

Otro punto neurálgico se ha centrado en señalar que los

votantes de Trump pertenecerían, en gran número, a los

sectores más pobres de la población blanca. Una clase

trabajadora desplazada por la globalización capitalista

y tecnológica (el uso de robots como fuerza de trabajo)

que fue cautivada por un discurso paradisíaco que pro-

metía una vuelta atrás, al retorno hacia una sociedad

productiva, protagonizada por esos trabajadores legen-

darios, relegados por una mano de obra radicada ahora

en China, India o en México, entre muchos países.

Sobre estos votantes, de manera injusta, recae todo el

resultado electoral. Son esos blancos expulsados de su

cultura obrera los que absorben la responsabilidad. Sin

duda, como en todas partes, existen numerosos grupos

populares inflamados por un nacionalismo escolar, por

fobias, por pensamientos y conductas alarmantes de

corte fascista. Pero definir al conjunto de los trabaja-

dores como “ignorantes” y adjudicarles enteramente el

resultado de esta elección, parece una reacción clasista.

La primera pregunta debería establecerse sobre una ex-

trema debilidad del mismo Partido Republicano y su

frente de postulantes con tradición y experiencia políti-

ca que, sin embargo, no lograron convocar a sus propias

bases. Donald Trump es un

outsider

sin una militancia

ni historia en el partido y, por supuesto, sin ninguna ex-

periencia en cargos de representación pública. Por otra

parte, el Partido Demócrata no consiguió perforar el

discurso “trumpista” porque existe un malestar laboral

que se arrastra desde la crisis y una distancia ideológica,

básicamente, con los jóvenes cansados del neoliberalis-

mo que los agobia.

Hay que señalar que el Partido Demócrata experimen-

tó una derrota en todos sus frentes por la pérdida de

representantes en las cámaras. En ese sentido, el “lega-

do” del presidente Barack Obama está en franco riesgo

ante las sucesivas promesas de Trump de terminar con

el programa de salud pública, llamado también

Obama-

care

; el mismo suspenso se yergue ante la reanudación

de relaciones diplomáticas con Cuba o los acuerdos con

Irán, la inversión en cuidado de medioambiente, entre

otras materias.

Por otra parte, el discurso Trump deshizo conquistas

importantes conseguidas por luchas civiles y puso sobre

el escenario público la arrogancia del poder del dine-

ro y su saber en torno a recursos mediáticos para esta-

blecerse como centro de la atención pública. Ninguno

de sus insultos y exabruptos detuvo su inscripción. Su

debilidad conceptual quedó en evidencia en cada uno

de los debates donde se refugió en meros clichés y la

promesa de “hacer grande a los Estados Unidos otra

vez”. Así, desde una posición de una derecha ultra po-

pulista, nacionalista y racista, se generó un personaje

que daba una impresión, hasta cierto punto,

freak

. Pero

atravesando las analíticas y las lógicas, resultó electo el

presidente del país más poderoso y del que desconfían

casi la totalidad de los líderes del mundo, salvo su “alia-

do”, el presidente Putin.

“Definir al conjunto de los trabajadores como ‘ignorantes’

y adjudicarles

enteramente el resultado de esta elección, parece una reacción clasista”.