de género, donde se desmonta la escritu-
ra heredada desde los formatos patriarca-
les y donde se expone a un sujeto mujer
descentrado del binarismo sexo/género.
Soledad Fariña expone a través de toda su
obra una búsqueda constante del sentido
del lenguaje poético y de la subjetivación
femenina. Ambas búsquedas surgen desde
la corporalidad, donde se integra el ero-
tismo y el dolor, en un contexto siempre
natural y primigenio. Se trata, en defini-
tiva, de configurar un espacio cargado de
imágenes seminales, donde la naturaleza
se manifiesta bullente y en proceso de
conformación. De igual modo, la voz líri-
ca también parece estar naciendo, recono-
ciendo con morosidad un enorme espec-
tro sensitivo y de resonancias de sentido.
Cada una de las escenas que Fariña cons-
truye es asimilable a una performance,
que tiende a repetirse desde angulaciones
que apenas es posible distinguir. Su mira-
da microscópica, su ojo aguzado, “inquie-
to” (29), capta detalles múltiples y diver-
sos sobre la propia voz lírica y su entorno,
conformando un registro y un excedente
de sentido. Esto implica la construcción
de un verso que mutila su sentido de tota-
lidad y que apuesta por la incertidumbre
del significante: “atolondradas aventan las
necias circulares/ (las mejillas) en radiante
espiral/ recorre emplasto negro las mira-
das hundidas/ en la frente, ataduras pro-
fundas” (29). La compresión opera con-
juntamente con la contención del verso,
que elimina artículos, género, pronom-
bres, sin embargo, añade entre paréntesis
un eje de sentido, un ancla que concentra
y orienta así el verso hacia un tramo cor-
poral mediante encuadres mínimos.
En paralelo a la compresión, la imagen y
la palabra se vuelven prolíficas, generando
un efecto de saturación determinante en
la configuración de un cosmos pre-huma-
no, larvario, germinal y mítico, donde la
humanidad es siempre una interrupción,
incluso una contaminación del orden sa-
cro natural. Esto implica que la voz lírica
acceda con parsimonia y respetabilidad a
un territorio desconocido, pero central en
su conformación identitaria.
Son dos, entonces, los polos que dialo-
gan y se confrontan en esta escritura de
escenas, voz lírica y otredad, la naturale-
za y la otra, que anhelan unirse, recorrer-
se en un tenso juego lúbrico: “(sueñan
los dedos afilados: abiertas las aristas/
separadas las labias todo muslo ancas
cintura/pecho hombros sumergidos/pez
coleteando en esas aguas)” (37), “talar el
bosque arrancar la maleza/ una a una las
vellosidades/ -¿Y ese arco suave? ¿Y esa
hondonada boscosa?” (41).
Uno de los aspectos más insinuantes en
su violencia de sentido es la identifica-
ción ambigua de las entidades que pro-
tagonizan las escenas de búsqueda y de
encuentro. Identifico una voz dominante
en el texto, que recoge signos de femeni-
no. Esta voz interactúa con una otredad,
que paulatinamente asume connotacio-
nes de lenguaje y femenino. Dos zonas
que contribuyen a crear a la voz lírica
dominante en estos textos.
En el libro
Albricia
, publicado en 1988,
del cual este volumen incluye seis poe-
mas, enfatiza la figura de la otra en su
angulación homoerótica: “Ella pasa ro-
zando/ Me abraza su humedad me atrae
acicala/ Me incrusta el peine hostigando
los huecos/ ¿ES ÁCIDA? ¿ES AMAR-
GA?/ Pregunta su lengüeta a mi párpada
erecta […] ME ABRAZA ME ACICA-
LA/ Hostigando los huecos intenta otra
palabra” (65-67). Ambas sujetos se ape-
gan al fragmento, por ello emergen en la
metonimia lengüeta y párpada. Es inte-
resante la apropiación de la palabra que
realiza la poeta, quien feminiza párpado
y atribuye la condición eréctil. Fariña, en
este libro, explora en un modo diverso
de erotismo y niega la individualidad,
porque el Yo finalmente cede al recono-
cimiento de un Tú (71) con el cual com-
partir el deseo de búsqueda.
La ansiedad por la otredad es tan intensa
como el deseo de palabras, así se advierte
también
En amarillo oscuro
(1994), del
cual acá se incluyen seis poemas cuya
marca distintiva es identificar en el ser la
necesidad de vincularse con el entorno.
El modo de relación que la voz lírica pri-
vilegia en su relación con la naturaleza
es ahora la función materna o creativa,
ya que crear es, en este volumen, similar
a engendrar vida. En su libro posterior,
Yllu
(2015), Fariña celebra la germina-
ción como contrapartida a la muerte.
La función materna es nada más y nada
menos que la reafirmación de la creati-
vidad y, por ende, la no detención del
acto reflexivo y escritural. El poema que
cierra este volumen, “Despedida”, resul-
ta francamente conmovedor, ya que se
configura como una suerte de testamen-
to poético, que anuncia la muerte, pero
también una nueva forma de vida y de-
seo de trascendencia.
Pese a ciertos desaciertos editoriales,
El
primer libro y otros poemas
es un libro ne-
cesario en tanto expone parte de la ruta
poética de Soledad Fariña, donde destaca
un profundo interés por la experimenta-
ción, el desmontaje del formato poético, el
permanente descentramiento de la palabra
y la definición del sujeto mujer. El sentido
religioso y la discursividad filosófica convi-
ven en estos poemarios con la visión anti
esencialista respecto a la condición de lo
femenino. Fariña, de tal modo, se apode-
ra con extrema experticia del lenguaje, lo
moldea, lo hace suyo, con una pasión y un
riesgo incalculable, que otorga a su poesía
un carácter identificable, personal, tan con-
movedor como profundo.
P.31
Nº4 2017 / P.P.