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toxinas que ellos sienten que no pue-

den (y desde su punto de vista, tam-

poco deben) tolerar. Esto significa, ni

más ni menos, que el antiguo maridaje

entre liberalismo económico y libera-

lismo político ha dejado hoy por hoy

de tener validez. Que, como muy bien

lo entendió Jaime Guzmán, en el es-

cenario del siglo XXI neoliberalismo

económico y autoritarismo político no

son sino las dos caras de una misma

moneda o, lo que no es muy distinto,

que el neoliberalismo no es compati-

ble con los principios emancipadores e

igualitarios de la democracia, sino que,

en virtud de sus determinaciones in-

ternas, resulta contradictorio con ellos

tanto como lo es con un ejercicio libre

y creativo de la inteligencia.

Libre de este modo de trabas políticas y

culturales, el sistema capitalista destruye

el mundo. Surge entonces espontánea-

mente la vieja pregunta de Lenin, la de

1902, y que es la misma que se refor-

mulan Alain Badiou y Marcel Gauchet

en su diálogo: “¿Qué hacer?”Yo estoy de

acuerdo con ellos en que para esta pre-

gunta existen dos respuestas posibles: la

primera es la reformista, la que propone

Gauchet, y que llama a los ciudadanos

a involucrarse en una batalla cuyo obje-

tivo es devolverle a la política su forta-

leza para contener así los desmanes de

la bestia suelta. Que renazca la política

y que le ponga los límites que le están

haciendo falta al “progreso sin límites”.

La segunda duda, en cambio, habla de

que un programa como ese tenga po-

sibilidades de éxito. Duda en efecto de

que la democracia representativa pue-

da recuperar el poder que (se dice que)

tuvo alguna vez, y simplemente porque

la cooptación de sus “representantes”por

el sistema económico es cada vez más

grande. Ése es el verdadero poder y los

políticos contemporáneos no están en

condiciones de oponérsele y mucho me-

nos de imponérsele. Por eso, en Chile, y

no sólo en Chile, los latrocinios aumen-

tan por minutos y no existe ninguna ga-

rantía de que los gobiernos de turno, ni

aquí ni en ninguna otra parte, vayan a

lograr los fines que persiguen en su afán

de “transparentarlos” y “sancionarlos”.

Quiero decir con esto que no tiene nada

de azaroso que las decisiones económi-

cas se estén poniendo hoy por sobre las

decisiones políticas. Por el contrario, se

trata de un fenómeno de carácter sisté-

mico, inerradicable por lo tanto, y eso es

lo que demuestran situaciones que van

más allá de las consabidas rapacidades

La tesis estrella de estos pretendidos científicos es que el capitalismo es un cuerpo

que se regula por sí solo y que por lo tanto no necesita de controles externos. Esta es

la esencia de la pedagogía que Milton Friedman, Arnold Harberger y Larry Sjaastad

les propinaron a los Chicago boys chilenos durante la década del setenta.

de los representantes del pueblo. Puede

percibírselo, por ejemplo, en el déficit de

Grecia, a partir de 2009, y en la inter-

vención para su remedio de los organis-

mos económicos de la Unión Europea,

imponiéndoles éstos a los griegos un

paquete de medidas de “austeridad” que

ellos se negaban a asumir pero tuvieron

que hacerlo de todas maneras.

Es en estas condiciones que la respuesta

no reformista a la pregunta por el qué

hacer nos lleva a recordar el socialismo.

En otras palabras, ella nos lleva a admi-

tir que la “idea” socialista no ha perdido

su vigencia, que sigue siendo un concep-

to indispensable para la salud de la hu-

manidad, porque constituye una parte

fundamental de su reserva ética, aunque

también se nos advierta que es preciso

repensarlo para los requerimientos de

esta época. Sin olvidar las lecciones del

pasado, las de la Revolución del 1848,

las de la Comuna de París, las de la Re-

volución de Octubre y las de la Revolu-

ción Cubana, pero también sin perder

de vista las múltiples carencias de nues-

tro desquiciado presente.

*Ensayista y crítico, académico del Centro de Estudios Culturales Latinoamericanos, U. de Chile.