41
toxinas que ellos sienten que no pue-
den (y desde su punto de vista, tam-
poco deben) tolerar. Esto significa, ni
más ni menos, que el antiguo maridaje
entre liberalismo económico y libera-
lismo político ha dejado hoy por hoy
de tener validez. Que, como muy bien
lo entendió Jaime Guzmán, en el es-
cenario del siglo XXI neoliberalismo
económico y autoritarismo político no
son sino las dos caras de una misma
moneda o, lo que no es muy distinto,
que el neoliberalismo no es compati-
ble con los principios emancipadores e
igualitarios de la democracia, sino que,
en virtud de sus determinaciones in-
ternas, resulta contradictorio con ellos
tanto como lo es con un ejercicio libre
y creativo de la inteligencia.
Libre de este modo de trabas políticas y
culturales, el sistema capitalista destruye
el mundo. Surge entonces espontánea-
mente la vieja pregunta de Lenin, la de
1902, y que es la misma que se refor-
mulan Alain Badiou y Marcel Gauchet
en su diálogo: “¿Qué hacer?”Yo estoy de
acuerdo con ellos en que para esta pre-
gunta existen dos respuestas posibles: la
primera es la reformista, la que propone
Gauchet, y que llama a los ciudadanos
a involucrarse en una batalla cuyo obje-
tivo es devolverle a la política su forta-
leza para contener así los desmanes de
la bestia suelta. Que renazca la política
y que le ponga los límites que le están
haciendo falta al “progreso sin límites”.
La segunda duda, en cambio, habla de
que un programa como ese tenga po-
sibilidades de éxito. Duda en efecto de
que la democracia representativa pue-
da recuperar el poder que (se dice que)
tuvo alguna vez, y simplemente porque
la cooptación de sus “representantes”por
el sistema económico es cada vez más
grande. Ése es el verdadero poder y los
políticos contemporáneos no están en
condiciones de oponérsele y mucho me-
nos de imponérsele. Por eso, en Chile, y
no sólo en Chile, los latrocinios aumen-
tan por minutos y no existe ninguna ga-
rantía de que los gobiernos de turno, ni
aquí ni en ninguna otra parte, vayan a
lograr los fines que persiguen en su afán
de “transparentarlos” y “sancionarlos”.
Quiero decir con esto que no tiene nada
de azaroso que las decisiones económi-
cas se estén poniendo hoy por sobre las
decisiones políticas. Por el contrario, se
trata de un fenómeno de carácter sisté-
mico, inerradicable por lo tanto, y eso es
lo que demuestran situaciones que van
más allá de las consabidas rapacidades
La tesis estrella de estos pretendidos científicos es que el capitalismo es un cuerpo
que se regula por sí solo y que por lo tanto no necesita de controles externos. Esta es
la esencia de la pedagogía que Milton Friedman, Arnold Harberger y Larry Sjaastad
les propinaron a los Chicago boys chilenos durante la década del setenta.
de los representantes del pueblo. Puede
percibírselo, por ejemplo, en el déficit de
Grecia, a partir de 2009, y en la inter-
vención para su remedio de los organis-
mos económicos de la Unión Europea,
imponiéndoles éstos a los griegos un
paquete de medidas de “austeridad” que
ellos se negaban a asumir pero tuvieron
que hacerlo de todas maneras.
Es en estas condiciones que la respuesta
no reformista a la pregunta por el qué
hacer nos lleva a recordar el socialismo.
En otras palabras, ella nos lleva a admi-
tir que la “idea” socialista no ha perdido
su vigencia, que sigue siendo un concep-
to indispensable para la salud de la hu-
manidad, porque constituye una parte
fundamental de su reserva ética, aunque
también se nos advierta que es preciso
repensarlo para los requerimientos de
esta época. Sin olvidar las lecciones del
pasado, las de la Revolución del 1848,
las de la Comuna de París, las de la Re-
volución de Octubre y las de la Revolu-
ción Cubana, pero también sin perder
de vista las múltiples carencias de nues-
tro desquiciado presente.
*Ensayista y crítico, académico del Centro de Estudios Culturales Latinoamericanos, U. de Chile.