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Unidos, en Latinoamérica. Pero en

Latinoamérica tenía otro tono, otro

sabor. Y eso le interesaba a Cortázar”,

dice Vicuña. En el Chile pre golpe de

Estado, agrega, “había una cultura que

era cómica, divertida. La gente se sen-

tía con pleno derecho a decir cualquier

cabeza de pescado y él gozaba con eso.

La mayor parte de las preguntas eran

lateras, tipo pregunta de marxista, pero

él con paciencia las contestaba, porque

no era un marxista cuadrado; era un

simpatizante, pero era un hombre de

pensamiento, de expresión intelectual

y espiritual”.

Luego de ese encuentro Cecilia Vi-

cuña recibió un llamado de Cortázar

para que lo fuera a buscar al Hotel

Conquistador, donde estaba hospeda-

do. Vicuña partió junto a un grupo de

jóvenes poetas que se denominaban la

Tribu No, integrada por Claudio Ber-

toni, Marcelo Charlín, Francisco Ri-

vera y Coca Roccatagliata. Partieron,

explica Skármeta, “a raptarlo”.

“Lo llevamos a una de las casas de la

Tribu No y estuvimos conversando y

bailando varias horas hasta tarde esa

noche. Fue un encuentro realmente ex-

traordinario”, rememora Vicuña sobre

esta velada, en la que Cortázar pudo

escapar de las oficialidades y eventos

que lo requerían.

Como narra Skármeta en la crónica

de Revista Ercilla, “cuando corrió la

voz que estaba en el Hotel Conquis-

tador, los intelectuales chilenos hicie-

ron nata en el vestíbulo. El conserje

escépticamente colocaba los mensajes

en su casillero. Lo que algunos per-

seguidores no sabían es que Cortázar

había confabulado un santo y seña

para identificar a quienes quería ver

por segunda vez: bastaba dejar el

mensaje y firmarlo cronopio”.

Fue así como los jóvenes poetas llega-

ron a buscarlo. “Lo único que hicimos

fue encerrarnos tipo cuatro de la tarde

en una pieza. Para nosotros era una

señal de lo que él quería, encuentros

reales con las personas, no la cuestión

oficial programada, que es letal. Nos

dijo que todas las delegaciones ofi-

ciales de la Sociedad de Escritores,

del partido tanto, de esto de acá, para

él era el fin de su alegría, porque lo

que él quería era encuentros reales,

no pauteados ni pactados. Conversar

libremente, preguntar, sentir, gozar.

Vivir”, evoca Vicuña.

Cortázar se despidió de Santiago y

antes de partir a París, se tomó un res-

piro en Buenos Aires. Tres años más

tarde estuvo de nuevo Chile, meses

antes del golpe de Estado. Sería ese

tópico el que lo reuniría de nuevo con

el país. Su compromiso político con

Chile tuvo que hacerse patente de

nuevo en 1974, esta vez para informar

lo que estaba ocurriendo bajo el régi-

men militar, a partir del libro “Chili,

le dossier noir”, texto colectivo con

antecedentes de la Unidad Popular y

su proceso, hasta lo acontecido el 11

de septiembre.

“La gente se sentía con pleno

derecho a decir cualquier

cabeza de pescado y él gozaba

con eso. La mayor parte de las

preguntas eran lateras, tipo

pregunta de marxista, pero él

con paciencia las contestaba,

porque no era un marxista

cuadrado, era un simpatizante,

pero era un hombre de

pensamiento, de expresión

intelectual y espiritual”,

recuerda Cecilia Vicuña.