En vista de estas emergentes necesidades, desde la biblioteca se conformó el Archivo
Central Andrés Bello. Fernando Lolas, vicerrector de Asuntos Estudiantiles y Eco-
nómicos en esos años, cuenta que “al llamarlo archivo quisimos que éste dejara de
tener el papel sólo de repositorio para convertirla en un reservorio patrimonial de la
historia, que no es sólo de la Universidad, sino de la nación”. El 14 de agosto de 1994
y por el decreto exento N°004887 que el Archivo Central Andrés Bello comienza su
nueva etapa, incluyendo bajo su custodia el Archivo Fotográfico –que estaba en unas
oficinas en Providencia- y al Taller de Encuadernación.
Ocho años después, con el cambio de autoridades, el profesor Manuel Dannemann
llegó al Archivo. Extremadamente puntual, como cuentan los funcionarios, el acadé-
mico es recordado también por encabezar un buen ambiente de trabajo.
Una de las principales acciones de su gestión fue la adecuación de la sala de lectura
como un pequeño auditorio para encuentros y sala de exhibición y la apertura de una
sala especial para la exhibición de las caracolas de Neruda, muestra que está disponi-
ble permanentemente en el cuarto piso. “Lo formamos pensando en un público más
general. Instalamos algunas vitrinas, hicimos buenas tarjetas informativas y logramos
que la sala estuviera destinada a un uso más amplio”, cuenta Dannemann.
PATRIMONIO AL MANDO DE MUJERES
Hasta entonces toda la historia de la biblioteca y del Archivo Central Andrés Bello
había estado encabezada por hombres. El año 2007, cuando Víctor Pérez llevaba un
año en la rectoría, impulsó “una política de apertura al aporte de las mujeres dentro de
la universidad y específicamente en cargos directivos”, cuenta Sonia Montecino, quien
dentro de ese lineamiento comenzó una nueva etapa del Archivo al tomar su dirección.
“Muy poca gente conocía lo que allí se guardaba y solo los especialistas en algunas
materias lo consultaban”, recuerda. Por esto, Montecino convocó a la historiadora
Alejandra Araya y al restaurador Richard Solis, entre otros, a hacer un diagnóstico
del Archivo. “Cuando vine no pude dormir en una semana”, cuenta bromeando la
actual directora respecto a cómo fue enfrentarse a todos los “tesoros” disponibles en
el lugar: los manuscritos de Los Sonetos de la Muerte de Gabriela Mistral, los pri-
meros impresos chilenos, los grabados de Rugendas y muchos más.
“La evaluación que se hizo daba cuenta de un cierto olvido institucional y de una
falta de conocimiento sobre la relevancia de este espacio como una cara visible de la
Universidad y como un aporte de calidad a la cultura del país”, dice Sonia Monteci-
no. Por ello, una de las primeras acciones fue contratar a profesionales jóvenes “que
conocieran las nuevas tendencias en conservación patrimonial, modernizar la gestión
y maximizar los pocos recursos con que se contaba”.
En ese proceso el Taller de Encuadernación pasó a ser parte del nuevo Laboratorio
de Conservación – Restauración. Richard Solis, hoy subdirector del Archivo, recuer-
da que posterior al balance “lo primero que hicimos fue un convenio con el Postítulo
en Restauración de la Facultad de Artes. El primer mes estuve solo y al segundo ya
había veinte estudiantes”.
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Nº 10 / Agosto 2015 / El Paracaídas