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trabajos de las facultades, de la prorrectoría y de la rectoría, ade-

más de trabajos para la Biblioteca y Archivo Nacional, el Con-

greso, la fundación Andes y la Fundación Neruda”, recuerda. En

esa época más de diez personas trabajaban en ese taller.

A su llegada, la biblioteca distaba mucho de lo que había sido.

Tras la repentina muerte de Alamiro de Ávila, Humberto

Giannini llegó a dirigir Arturo Prat 23. “Era una persona muy

agradable. Siempre llegaba a que organizáramos encuentros,

entre ellos el día del encuadernador”, cuenta Castro. Ramón

Díaz evoca las dos fiestas patrias que pasaron bajo la dirección

del Premio Nacional, donde llenaron el taller de volantines con-

feccionados por ellos mismos. Celebraciones que fueron sólo las

de 1990 y 1991 porque, como cuenta Dario Oses, subdirector

en ese momento, “Humberto renunció porque lo abrumaba el

trabajo administrativo”.

Entonces Oses llegó a encabezar la biblioteca, pero no desde el

despacho donde actualmente está el retrato de Alamiro, sino en

una oficina más pequeña al interior del laberíntico reservorio.

Pero los contrapuntos al estilo de la dirección Ávila conti-

nuaron. “Una de las cosas que fue traumática para el personal

fue empezar a hacer el catálogo informático de acuerdo a las

normas del SISIB”, recuerda Oses tras la oposición que había

sostenido Alamiro, quien “incluso decía que la biblioteca del

Congreso en Washington, después de trabajar un tiempo con la

informática, había vuelto a las fichas”.

“Alamiro de Ávila se negaba incluso a que hiciéramos cursos

de computación. Cuando vinieron a inventariar él no quiso

nada de eso, quería dejar todo a la antigua. Sus fichas de los

libros eran sagradas”, agrega Marta Parejo.

La entrada del mundo digital, la jerarquización de las colecciones

y el encaminarse a la conservación, fueron los ejes de esos años. Se

seleccionó el material de valor patrimonial para derivarlo a colec-

ciones especiales y gran cantidad se mandó a las facultades.Marta

Parejo y sus colegas hicieron compilados de la revista Anales que

se disgregaron por todo Santiago a las ya atomizadas unidades

académicas: una nueva historia de fragmentos.

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Alejandra Araya recuerda que “el lugar era muy poco conocido por la comunidad,

por lo que el principal desafío ha sido abrirlo” y poner a disposición física y/o

digitalmente los más de 152 mil ítems que salvaguarda el Archivo.