riamente pobre, proveniente de países latinoamerica-
nos como Perú, Bolivia, Colombia, Haití y República
Dominicana. Bastante se ha dicho, y con razón, que
la categoría de extranjero pareciera estar conservada
para quienes, aun teniendo la misma necesidad eco-
nómica, no encarnan los rasgos culturales y estéticos
inferiorizados en nuestra propia construcción de je-
rarquías raciales.
El desafío es hoy afinar el discurso para no caer en
la trampa más reaccionaria de todas y que es preci-
samente la de promover al “buen inmigrante”, ese
individuo silencioso que es reducido al espacio del
trabajo, sin historia, que acata y que sólo desde ahí
puede acceder a ciertos derechos, en lugar de poseer-
los y que estos le sean respetados porque son inhe-
rentes a su persona.
Esta situación de racismo flagrante no es reciente,
pues con respecto a la población que procede de
los países mencionados es un fenómeno que lleva
desarrollándose ya varias décadas. Pero a su vez, y
esto no es menor señalarlo, ese racismo se articu-
la con una antigua estructura racista que conserva
plena vigencia, pues se encuentra en la base de la
construcción nacional. Me refiero a la inferioriza-
ción física y cultural del pueblo mapuche, al des-
pojo material del que fuera objeto, a la migración
forzada hacia los centros urbanos y la explotación
en ellos por medio de su confinamiento a guetos
sociales y laborales. Esto permite sostener que el
fenómeno del trabajo racializado tiene una larga
trayectoria en Chile y que los sectores dirigentes
parecen conservar una memoria de sus prácticas y,
sobre todo, de sus ventajas.
“El desafío es hoy afinar el
discurso para no caer en la
trampa más reaccionaria de
todas y que es precisamente
la de promover al “buen
inmigrante”, ese individuo
silencioso que es reducido
al espacio del trabajo, sin
historia, que acata y que sólo
desde ahí puede acceder a
ciertos derechos, en lugar
de poseerlos y que estos le
sean respetados porque son
inherentes a su persona”.
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Dossier / Nº4 2017 / P.P.