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ciones. La oposición al inmigrante, el fomento de

la desconfianza a ese otro distinto y la apuesta a la

expulsión sin debido proceso tienen mal diagnós-

tico y peor pronóstico, si es que realmente pudie-

ran implementarse algún día. Para enfrentarlas no

deben obligarnos a asumir posiciones utilitaristas,

o al menos no únicamente, aunque es difícil no

recurrir a ellas -como el ejemplo del crecimiento

demográfico y la existencia de los bonos migrato-

rios-. El caso es que más de algún discurso denota

la presencia de elementos que abonan un racis-

mo exacerbado, el mismo que debería combatirse

abiertamente como primer objetivo de un genui-

no debate sobre el tema migratorio.

El debate actual, si cabe llamarle como tal, es falso

además por carecer de argumentos, puesto que los

delincuentes y la seguridad tienen poca relación

con la migración internacional y, en especial, con

la pérdida de empleos de los nacionales. En reali-

dad, éste ha sido el caballito de batalla de diver-

sos candidatos en muchos países en varias épocas,

como una forma aparentemente indiscutible de

frenar la inmigración y luego, bajo su total con-

trol, despejar falsamente los miedos de las pobla-

ciones nativas

así sea a costa de la violación de de-

rechos de muchas personas

. La opereta habitual ha

sido promocionar la inmigración selectiva. Y este

tipo de iniciativas funcionó siempre en contextos

muy singulares, pues lo habitual ha sido descuidar

la otra inmigración necesaria, la de los servicios, la

del cuidado, la de los trabajadores agrícolas, la de

las mujeres y su decisiva contribución a la econo-

mía global.

Las y los inmigrantes ayudan a crear empleo y no

se necesita destacar que son especialmente edu-

cados. Ellas ayudan también a que las dueñas de

casa nativas puedan dedicar sus tiempos al traba-

jo, tal como se destacó tempranamente en países

como España. Una observación a quienes creen en

la inmigración selectiva como fórmula para evitar

la pérdida de trabajo de los chilenos: las personas

de mayores calificaciones pueden ser quienes real-

mente compiten con los nacionales, puesto que sus

habilidades pueden superar a las de los chilenos.

Es el gran asunto de la migración calificada. Otra

observación para quienes creen que la inmigración

trae delincuencia: los sujetos delincuentes siempre

se mueven muy audazmente en los territorios y en

ello también se involucran algunos chilenos.

Sin referirme a la emigración y al retorno de chi-

lenos, que forman parte del proceso de intercam-

bios estimulado por las fuerzas globales, la inmi-

gración de extranjeros ha sido y sigue siendo un

hecho saliente de la historia de Chile. Más allá del

lugar común entre los investigadores que suelen

señalar que el país no se ha caracterizado históri-

camente por ser una nación de inmigración masi-

va, ya fuera por razones de su relativo aislamiento

geográfico, las contingencias de su estructura po-

lítica, económica y cultural, o por la constatación

del reducido porcentaje que han representado los

inmigrantes en el territorio nacional. El porcen-

taje de inmigrantes sobre la población total sólo

ocasionalmente ha superado el 4%, aunque esto

no debe ocultar hechos como que entre fines del

siglo XIX y mediados del XX el país patrocinó y

recibió contingentes de europeos -especialmente

alemanes, británicos, italianos, holandeses, croa-

tas, suizos, franceses y españoles- y fue paralela-

mente destino de inmigrantes de origen palestino,

sirio y libanés.

En las últimas décadas, la inmigración retomó

impulsos con el protagonismo de los países de la

propia región latinoamericana, donde numerosos

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Dossier / Nº4 2017 / P.P.