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Nº4 2017 / P.P.
moria. La memoria como resisten-
cia, la memoria como escritura de lo
que no se ha podido decir del todo.
Pero será el lector o la lectora quien
podrá reconocer, si está en sintonía
con este trabajo mínimo y profundo
a la vez, que se trata de una historia
en común. Que no hay que dejar de
contarla. Y de escribirla de nuevo.
Nona Fernández pertenece a la
generación –si pensamos que las
generaciones se forman cada diez
años– justo anterior a la mía. A la
nuestra, la de los ‘80 en la Universidad, la de la ACU, la de
la recuperación de la FECh, la de las protestas estudiantiles,
la del miedo y la rebeldía. Para ella, Nona Fernández, se
trata de una memoria infantil, por momentos adolescente.
Se ha dicho que es una literatura de los hijos. La nuestra,
la literatura de los hermanos menores de una generación
avasallada, todavía está pendiente. Porque no se ha escrito
todavía la novela de ese tiempo remoto y cercano. Tal vez
Bolaño se acercó un poco a eso con
Nocturno de Chile
o
Estrella distante
. La literatura de Nona Fernández forma
parte de esa novela hasta ahora imposible, que se construye
sin embargo a pedazos, como restos de una memoria que no
alcanza a resolverse en un relato entero. La literatura como
la invención de un pueblo que falta, escribía Gilles Deleuze.
Porque es ficción real de una historia que requiere inscribir-
se, antes que escribirse definitivamente.
El libro concluye con una sucesión de eventos inscritos a la
manera de un simple recordatorio. Como un ayuda-memo-
ria, decía. Las desapariciones, las protestas, los degollados,
el plebiscito, la llegada-no llegada de una democracia insu-
ficiente. Algo parecido, guardando las distancias, al asombro
de un personaje clásico que en
La Eneida
, de Virgilio, lloraba
al ver inscrita en las paredes de un templo la sucesión de he-
chos traumáticos y heroicos de la guerra de Troya.
Este libro es una suerte de ayuda-memoria que nos recuerda
lo que fuimos, lo que hemos sido, lo que estamos siendo, en
este tiempo de un presente demasiado presente que es, por lo
tanto, también olvido.
Una nota al pasar, para terminar. Habla de las coincidencias.
Escribí hace algunos años en un libro menor y de escasa circu-
lación – ya sabemos, los libros no cuentan mucho en el reper-
torio académico de nuestros registros curriculares– la historia
de un hombre que me tocó atender como psicólogo al termi-
nar mis estudios universitarios. Su locura era la locura de un
pueblo asesinado. Como no sabíamos, ni él ni yo, de qué ha-
blar para mejorarnos un poco, nos pusimos a hablar de series
de televisión que ambos veíamos cuando dejábamos nuestra
infancia. A falta de hablar de cosas reales, terribles, nos encon-
tramos hablando, entre otras cosas, de series de televisión. Y de
la
Dimensión desconocida
.
Así que me volví a encontrar con esta expresión, la “dimen-
sión desconocida”, cuando, coincidencias mediante –las ge-
neraciones a veces se encuentran diciendo lo mismo– leí la
portada del libro de Nona Fernández. Y me dije: “vaya, una
mujer talentosa escribe lo que sabemos, pero que no pode-
mos decir del todo”.
Las generaciones se encuentran a veces recordando el tiempo
que, de distintas maneras, nos tocó vivir. Por eso es buena la
memoria. Porque es escritura y testimonio. Porque es antído-
to del olvido, que no olvida nada.