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P.37

Nº4 2017 / P.P.

moria. La memoria como resisten-

cia, la memoria como escritura de lo

que no se ha podido decir del todo.

Pero será el lector o la lectora quien

podrá reconocer, si está en sintonía

con este trabajo mínimo y profundo

a la vez, que se trata de una historia

en común. Que no hay que dejar de

contarla. Y de escribirla de nuevo.

Nona Fernández pertenece a la

generación –si pensamos que las

generaciones se forman cada diez

años– justo anterior a la mía. A la

nuestra, la de los ‘80 en la Universidad, la de la ACU, la de

la recuperación de la FECh, la de las protestas estudiantiles,

la del miedo y la rebeldía. Para ella, Nona Fernández, se

trata de una memoria infantil, por momentos adolescente.

Se ha dicho que es una literatura de los hijos. La nuestra,

la literatura de los hermanos menores de una generación

avasallada, todavía está pendiente. Porque no se ha escrito

todavía la novela de ese tiempo remoto y cercano. Tal vez

Bolaño se acercó un poco a eso con

Nocturno de Chile

o

Estrella distante

. La literatura de Nona Fernández forma

parte de esa novela hasta ahora imposible, que se construye

sin embargo a pedazos, como restos de una memoria que no

alcanza a resolverse en un relato entero. La literatura como

la invención de un pueblo que falta, escribía Gilles Deleuze.

Porque es ficción real de una historia que requiere inscribir-

se, antes que escribirse definitivamente.

El libro concluye con una sucesión de eventos inscritos a la

manera de un simple recordatorio. Como un ayuda-memo-

ria, decía. Las desapariciones, las protestas, los degollados,

el plebiscito, la llegada-no llegada de una democracia insu-

ficiente. Algo parecido, guardando las distancias, al asombro

de un personaje clásico que en

La Eneida

, de Virgilio, lloraba

al ver inscrita en las paredes de un templo la sucesión de he-

chos traumáticos y heroicos de la guerra de Troya.

Este libro es una suerte de ayuda-memoria que nos recuerda

lo que fuimos, lo que hemos sido, lo que estamos siendo, en

este tiempo de un presente demasiado presente que es, por lo

tanto, también olvido.

Una nota al pasar, para terminar. Habla de las coincidencias.

Escribí hace algunos años en un libro menor y de escasa circu-

lación – ya sabemos, los libros no cuentan mucho en el reper-

torio académico de nuestros registros curriculares– la historia

de un hombre que me tocó atender como psicólogo al termi-

nar mis estudios universitarios. Su locura era la locura de un

pueblo asesinado. Como no sabíamos, ni él ni yo, de qué ha-

blar para mejorarnos un poco, nos pusimos a hablar de series

de televisión que ambos veíamos cuando dejábamos nuestra

infancia. A falta de hablar de cosas reales, terribles, nos encon-

tramos hablando, entre otras cosas, de series de televisión. Y de

la

Dimensión desconocida

.

Así que me volví a encontrar con esta expresión, la “dimen-

sión desconocida”, cuando, coincidencias mediante –las ge-

neraciones a veces se encuentran diciendo lo mismo– leí la

portada del libro de Nona Fernández. Y me dije: “vaya, una

mujer talentosa escribe lo que sabemos, pero que no pode-

mos decir del todo”.

Las generaciones se encuentran a veces recordando el tiempo

que, de distintas maneras, nos tocó vivir. Por eso es buena la

memoria. Porque es escritura y testimonio. Porque es antído-

to del olvido, que no olvida nada.