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inmediato y esta consideración debe presidir nues-

tro empeño, conduciendo a un proceso progresivo

de desmantelamiento de la mercantilización de la

Educación Superior, reconstruyendo una hegemo-

nía pública y democrática sobre la misma.

Uno de los elementos fundamentales para iniciar este

proceso es la ampliación de la matrícula pública. Ello

requiere consensuar la necesidad de perfilar un sis-

tema mixto -estatal y privado- pero con hegemonía

pública en la matrícula. Una expansión de cupos pú-

blicos y gratuitos -controlados de forma colaborativa

y seria- que mejore la calidad y la docencia. Junto con

esto, deben crecer las plantas académicas de las ins-

tituciones que más producen cultura e investigación

en el país. Bajo una política de transición gradual, los

recursos para ello pueden provenir del aporte directo

-fijado por una nueva ley y no vía

voucher

- como de

otras áreas que contempla la ley de presupuesto. Es

posible aspirar a que al final de la década las institu-

ciones públicas tengan al menos el 50% de la matrí-

cula total en la Educación Superior.

Tal curso debe cautelar un riesgo: en defensa de una

educación pública, gratuita y de calidad podemos

terminar olvidando a los estudiantes -y sus fami-

lias- que con mayor dificultad han accedido a este

desregulado y estafador sistema. Son estos nuevos

estudiantes los que quedan en situaciones de ma-

yor incertidumbre y es allí donde una resistencia

corporativa de las universidades estatales puede ir

en desmedro de nuestro objetivo. En la protección

a esos estudiantes más expuestos a la mala y cara

oferta educacional, las instituciones estatales deben

mostrar su vocación pública que, a estas alturas del

conflicto -bien se sabe-, no se considera un atributo

a priori y debe demostrarse ante la sociedad. Cola-

borar en este proceso es una tarea de la que no es

posible abstraerse. Ello requiere un plan nacional de

movilidad estudiantil que garantice el derecho a la

educación de los estudiantes que cursan estudios en

las instituciones privadas investigadas por lucro, con

baja acreditación y que corren riesgo de clausura.

Como fórmula complementaria de la expansión de

la matrícula en las instituciones públicas, dichos es-

tudiantes podrían continuar sus estudios en univer-

sidades del Consejo de Rectores, de manera directa

y por derecho propio, egresando con el título en la

institución a la cual llegan. El Estado debe proveer

los recursos para que las universidades puedan cum-

plir esta tarea. Esto no necesita una ley, basta con

un trabajo en conjunto entre actores sociales de la

educación y el Ejecutivo.

Por último, es necesario avanzar en la regulación y

democratización interna de las instituciones priva-

das. Es preciso establecer una efectiva fiscalización

de los recursos estatales destinados al sector privado

-a través de Contraloría, transparencia, fin al lucro,

etcétera- y a las instituciones que reciban estos apor-

tes, dado que las ayudas estudiantiles no desapa-

recerán de inmediato. Del mismo modo, hay que

iniciar una democratización de la Educación Supe-

rior que establezca la participación no sólo de los

estudiantes, sino de toda la comunidad dentro de

las instituciones. La participación general -académi-

cos incluidos- en la definición de políticas internas

es muy baja. No es posible iniciar un cambio real

sin democratización (la derogación del DFL-2 es un

avance, pero insuficiente). En las instituciones es-

tatales hay que asegurar la triestamentalidad en los

órganos de gobierno y buscar que estos modelos se

adopten en las instituciones que colaboran con la

función pública, en especial privadas.

Los obstáculos y dificultades para una reforma educa-

cional efectiva en nuestro país son hoy considerables,

pero las posibilidades existen y, con ello, la necesidad

de advertir formas de avanzar. La Universidad de Chile

tiene una responsabilidad de liderazgo en un cambio

de la educación en nuestro país, en el sentido público

que ha reclamado abiertamente la sociedad.

“Las presiones de ciertos grupos de interés han

permitido que se imponga una ‘igualdad de trato’ entre

entidades estatales y privadas. También han contribuido

a poner fin a los aportes basales, trocándolos en aportes

basales por desempeño -que no son ni basales, ni se

designan por desempeño- que se negocian y ponderan”.

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P.P. / Nº2 2016 / Dossier