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Diciembre 2015 - Enero 2016 / Nº 13 / El Paracaídas

que me dejaran poner esas grabadoras en el centro de sus casas,

que en realidad eran unas chozas. Con esto, pude comprobar

que la madre usaba no más de 180 palabras y se comunicaba con

los niños de forma autoritaria y restrictiva (órdenes e instruc-

ciones) más que de manera emo-

cional. Entonces, ahí me comen-

zó a dar vueltas en la cabeza este

medio ambiente tan adverso para

el desarrollo de un niño. Traté de

publicar el trabajo en una revista en

inglés, pero me lo rechazaron. En

esa época la discusión médica tenía

que ver con la raza, especialmente

en Estados Unidos.

¿No se preguntaban por los fac-

tores socioculturales o socioeco-

nómicos en la medicina?

- A los estadounidenses no les interesaban estas variables, por-

que en el caso chileno era el mismo grupo de mezcla hispá-

nica-indígena. O sea, mi artículo tenía esa “limitación racial”.

¿Entonces cómo continuó con su trabajo?

- Mi segundo objetivo fue establecer cuándo se producía este

retraso cognitivo, porque asumí que era anómalo. Ahí caí en

la pediatría: este retraso se produce en los primeros tres años

de vida y en el momento del embarazo. Madres mal alimen-

tadas tienen hijos desnutridos.

¿Y surge su preocupación por la desnutrición infantil?

- Claro. Pero había que abrir un surco, porque la palabra des-

nutrición no existía, a pesar de que era rampante y que co-

menzaba en los primeros periodos de la vida.

¿Dónde desarrollaba estas investigaciones a mediados de los

años 50?

- En la Universidad de Chile, como ayudante, porque trabaja-

ba también en un hospital. De hecho, en el entonces Hospital

Arriarán -hoy se llama San Borja Arriarán- fundé el Labo-

ratorio de Investigación Pediátrica, que después dio origen al

INTA en 1973. Ahí mirábamos

la desnutrición de una manera

interdisciplinaria para convencer

de la existencia del problema a

los pediatras, a la comunidad y a

los que tomaban las decisiones.

¿Por qué había que convencerlos?

- Porque parecía normal que se

murieran niños en grandes canti-

dades.Todos lo aceptaban y decían

que no se podía hacer nada. Cuan-

do uno trataba de convencer a los

médicos, respondían: “pero usted

no ve que los chilenos son chiquititos y que no crecen porque

se mezclaron con los araucanos, que son chiquititos”. En la raza

humana no hay diferencias para explicar la desnutrición, simple-

mente hay unos pocos genes que te dan el color de la piel y otros

pocos que te dan alguna estructura facial.

¿O sea, todas las explicaciones eran asociadas a la raza?

- Sí. Siempre se tomaba como un problema racial y no nutri-

cional. Incluso, los pediatras decían que había que hacer ta-

blas de crecimiento y desarrollo del “niño chileno”. Nosotros

sosteníamos que no, que el niño chileno tenía la misma posi-

bilidad de crecer y desarrollarse que un niño sueco si recibía

la alimentación adecuada.

De hecho, el ex Presidente Salvador Allende utilizó en su

campaña ese argumento y prometió medio litro de leche

para cada niño…

- Sí, pero eso era imposible de cumplir, porque no teníamos la

“Parecía normal que se murieran niños en grandes

cantidades. Todos lo aceptaban y decían que no se

podía hacer nada. Cuando uno trataba de convencer

a los médicos, respondían:“pero usted no ve que los

chilenos son chiquititos y que no crecen porque se

mezclaron con los araucanos, que son chiquititos”.