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El Paracaídas / Nº 13 / Diciembre 2015 - Enero 2016

E

n la edición número 11 de

El Paracaídas

, el doctor

Alejandro Goic, ex decano de la Facultad de Medi-

cina de la Universidad de Chile entre 1986 y 1994,

dijo que la salud chilena le debe mucho a Fernando

Mönckeberg Barros por su enorme trabajo para terminar con

la desnutrición en el país. Cuando el doctor Mönckeberg es-

cucha este halago, sólo sonríe y responde: “Alejandro lo dice

porque es mi amigo”. Sin embargo, los reconocimientos a este

profesor titular de la Universidad de Chile no son un simple

gesto de amistad, como él sostiene humildemente. Su trayec-

toria indica que en 1998 recibió el Premio Nacional de Cien-

cias Aplicadas y Tecnológicas y en 2012, el Premio Nacional

de Medicina, entre otros. Desde enero del 2015, el Instituto

de Nutrición y Tecnología de los Alimentos (INTA) de la

Universidad de Chile lleva su nombre.

Todos estos reconocimientos se basan, principalmente, en un

hito histórico: la erradicación de la desnutrición en Chile.

Para entender la dimensión de este hecho, el doctor Möncke-

berg explica que en 1952 –un año después de su graduación

como médico- el 63 por ciento de los menores de 5 años no

tenía una nutrición adecuada y a los 15 años de edad se pro-

ducía el 64 por ciento de las muertes. La esperanza de vida

llegaba apenas a los 38 años. Hoy, sólo el 0,5 por ciento de los

niños sufre de desnutrición y las expectativas de vida superan

los 80 años. “En salud tenemos indicadores de país rico, pero

en un país aún en vías de desarrollo”, señala. Al constatar este

fenómeno, vuelve a ser humilde y aclara: “pero este avance se

lo debemos a muchas personas, no sólo a mí. De hecho, cuan-

do el Rector Ennio Vivaldi me comunicó que el INTA ten-

dría mi nombre, le dije que es un orgullo, pero que el INTA

ha sido fruto del trabajo de muchos investigadores”.

Para Fernando Mönckeberg, la medicina es un asunto fami-

liar y social. “Creo que soy médico por herencia. Provengo de

una familia de médicos. Tanto así que existe una enfermedad

llamada Mönckeberg -una arteriosclerosis de la arteria media-

porque un doctor Mönckeberg fue el primero en diagnosti-

carla”, dice en su oficina de la Corporación para la Nutrición

Infantil (CONIN), fundada por él en 1974 con la misión de

tratar a los niños que sufrían de desnutrición. Tanto el INTA

como CONIN sirvieron también como “refugio” de varios

profesionales que por razones políticas tenían problemas para

encontrar trabajo durante la dictadura de Pinochet.

Mönckeberg repasa su vida en un tono pausado y reflexivo.

La serenidad de hoy, a sus 89 años, contrasta con el ímpetu

de toda su carrera profesional y académica. Recién titulado,

ejerció por tres años en un consultorio parroquial de la po-

blación La Legua. “Mi esposa me obligaba a despiojarme con

un insecticida cada vez que volvía del trabajo”, cuenta entre

risas. “Esa realidad de miseria absoluta me impactó mucho.

Mi familia era relativamente acomodada, mi padre era un ar-

quitecto de mucha fama en ese entonces y vivíamos como

una minoría privilegiada. En La Legua traté de objetivar la

experiencia que estaba viviendo y se me ocurrió que la mejor

forma era a través de la investigación médica. Mirándolo re-

trospectivamente fue una muy buena decisión”, sostiene.

¿En qué se tradujo este acercamiento inicial con la investiga-

ción médica en sectores pobres?

- Mi primer trabajo fue sobre el número de palabras que una

madre utilizaba en una conversación diaria en su medio ambien-

te.Me

habían regalado una grabadora grande, con unos carretes

que duraban ocho horas, y le pedí a un grupo de ocho familias

“En salud tenemos indicadores de país rico,

pero en un país aún en vías de desarrollo”