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busier a Chile, había conseguido los 120.000 francos necesa-

rios para la elaboración del plan regulador de Santiago. En

agradecimiento por la oportunidad de trabajo que se le abría

en América Latina estando Europa en plena guerra, el arqui-

tecto francés ofrecía diseñar gratis las ciudades abatidas por

el terremoto. Lo único que faltaba para cerrar el trato era la

aprobación de la alcaldesa de Santiago, Graciela de Schnake.

La municipalidad de Santiago, escribe Gerhard a Le Corbusier,

“os necesita con urgencia: hay crisis en la circulación de la ciu-

dad, faltan medios de transporte, es casi imposible financiarlos

y, con mucho mayor urgencia, las ideas claras para emprender la

solución definitiva y concluyente”. Para agilizar la aprobación

del proyecto, Gerhard recomienda al francés comunicarse con

la alcaldesa directamente, mostrarle La Ville Radieuse –la pro-

puesta que había elaborado para la ciudad de Paris, una utopía

que finalmente nunca se construyó- para así convencerla.

Escribe Gerhard: “Le he dicho (a la alcaldesa) que al contratar

a Le Corbusier se hará famosa en el mundo entero y se siente

feliz; escribidle como a una vieja amiga, ella es socialista de

corazón y está preocupada por la infancia desvalida y quiere

alojar a todos los niños pobres de la ciudad y reeducarlos”.

Miguel Lawner, arquitecto de la Universidad de Chile

y director de la Corporación de Mejoramiento Urbano,

CORMU, durante el gobierno de Salvador Allende, re-

cuerda que el plano regulador de Santiago ya tenía una

propuesta hecha en 1933 por Karl Brunner, “pero que a

Gerhard no le gustaba mucho porque consideraba que era

neoclásico, romántico, y ellos eran del movimiento moder-

no, grandes admiradores de Le Corbusier”.

Cuando el ofrecimiento del francés apareció en la prensa

nacional, “los enemigos surgieron de todas partes”, escri-

be Enrique Gerhard a Le Corbusier. “Los adversarios es-

tán aterrorizados y derrotados en asambleas, conferencias,

polémicas, discusiones. El momento es propicio. Hay una

juventud que cree decididamente en vos y está imbuida en

los principios de la nueva arquitectura”.

Gerhard no sólo veía enemigos en los sectores que se resistían

a la venida del arquitecto francés a Chile, sino también en “un

cierto núcleo de individuos que sorpresivamente se han pues-

to en contacto con Le Corbusier, prohijando el noble gesto

de Uds. transformándose en tutores del

Maestro”, escribió el arquitecto al doctor

José Garcia Tello, otro fanático del fran-

cés que el año 1946 entró a la Escuela de

Arquitectura de la Universidad de Chile

a dictar un curso de bioarquitectura, que

él mismo había elaborado.

Estos individuos, acusaba Gerhard en esa

carta, “quieren la primacía y pretenden

cuando llegue Le Corbusier a Chile, figurar en la primera fo-

tografía en los diarios, descendiendo del avión”.

Efectivamente, y más allá de los oportunistas, dice hoy Miguel

Lawner, los arquitectos de la municipalidad de Santiago “hicie-

ron lo imposible por evitar” que Gerhard concretara sus planes.

Así, ni Le Corbusier ni sus ideas urbanísticas para Santiago,

Chillán y Concepción, llegaron a Chile. Lo que hubo ahí

fue un conflicto ideológico de cómo orientar el desarrollo

urbano, dice Lawner.

-Los urbanistas chilenos de esa época tenían terror a que

Le Corbusier pudiera realizar sus planes espectaculares des-

truyendo la ciudad. Ellos venían de una escuela como Karl

Brunner, mucho más clásica en materia de planificación ur-

bana. Y fue un conflicto ideológico que finalmente no pros-

peró porque la verdad es que gente que trabajaba en la muni-

cipalidad de Santiago le puso muchas objeciones a la posible

llegada de Le Corbusier- recuerda Lawner.

Así, ni Le Corbusier ni sus ideas urbanísticas para Santiago, Chillán

y Concepción, llegaron a Chile. Lo que hubo ahí fue un conflicto

ideológico de cómo orientar el desarrollo urbano, dice Lawner.

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El Paracaídas / Nº 10 / Agosto 2015