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atención. Sonia Tognia, con su carácter

independiente y acostumbrada a tomar

sus propias decisiones, difícilmente

podría haber pasado casi cinco años

en un lugar de esas características. Sin

embargo, ese es el tiempo que lleva en

la Villa Padre Hurtado, una fundación

sin fines de lucro que implementa un

modelo relativamente escaso en Chile.

Se trata de una suerte de barrio cerra-

do ubicado en Pedro Aguirre Cerda

y compuesto por cerca de 99 casas en

las que viven alrededor de 200 adul-

tos mayores. El verde, el naranjo y el

azul son los colores que predominan

en las pequeñas casas, todas decoradas

por jardines con flores y separadas por

estrechos pasajes que conectan con el

centro de la vida social de la villa: el

comedor, la capilla y un extenso patio

en el que ancianos desde los 65 hasta

los más de 90 años toman sol, conver-

san, caminan, juegan cartas o se sientan

a escuchar la radio con canciones de la

Nueva Ola que se escuchan a través de

los altoparlantes.

Nadie se queda sin hacer nada. La mis-

ma radio, cuyas canciones tararean los

viejos cuando pasan caminando y salu-

dan con cordialidad a los desconocidos,

es programada por una de las residentes,

que desde su silla de ruedas se las arregla

para que no falte la música. Es el mismo

esfuerzo que hacen los ancianos que se

encargan de prestar libros en la bibliote-

ca o los que se dedican a cuidar los jar-

dines o a resguardar ciertas dependen-

cias, como el pabellón intermedio, que

acoge a los ancianos ya postrados que

no pueden hacer vida de barrio, pero

que no quieren irse de la villa.

María Irene Castillo, gerenta de in-

tegración de la Villa Padre Hurtado,

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