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explica que la misión de la fundación

es “devolver la dignidad a los adultos

mayores, darles una vida en comuni-

dad, hacerlos sentir personas. Cuando

piensas en hogares piensas en abuelitos

que se van a morir, que son un cacho,

un problema. Acá no. Las personas

llegan con todas sus debilidades, pero

se ha formado un modelo de equipo

multidisciplinario encargado de gene-

rar acciones que promuevan que ese

adulto mayor se sienta útil”.

La tarea no es fácil. Los adultos ma-

yores aportan con el 80 por ciento de

su pensión, la mayoría de ellas corres-

pondiente a la Pensión Básica Solida-

ria, que asciende a poco más de 85 mil

pesos. Por supuesto ese dinero alcanza

para muy poco, por lo que el equipo

de la Villa Padre Hurtado pasa gran

parte de su tiempo tratando de gestio-

nar recursos que permitan mantener

el servicio de hospitalización dentro

del mismo recinto, los comedores y

el equipo de kinesiólogos, terapeutas

ocupacionales y sicólogos que atienden

a los adultos mayores. El gran ausen-

te, a juicio de sus coordinadoras, es el

Estado. María Irene Castillo no escon-

de su rabia al plantear que si bien en

Chile estamos acostumbrados a que

el cuidado de los ancianos se relacione

directamente con la caridad, “esto no

es responsabilidad de las congregacio-

nes o de la Iglesia: es un tema país, un

tema del Estado. Y en Chile ni siquie-

ra tenemos una ley de donaciones que

le facilite la labor a esas instituciones.

En vez de hacer que las redes sean más

abiertas, te cierran las puertas”.

El director de la Escuela de Salud Pú-

blica de la Universidad de Chile, doc-

tor Óscar Arteaga, asegura que “como

sociedad no hemos sabido dar una res-

puesta y yo me atrevería a decir que ni

siquiera tenemos consciencia de que so-

mos un país que ha envejecido”. Es la

opinión que comparte el doctor Rafael

Jara, geriatra y académico de la Facultad

de Medicina de la Universidad de Chi-

le, quien asegura que una de las razones

por las que no se han tomado medidas

más concretas tiene que ver con que

“esto de que el envejecimiento es un

tema potente es algo bastante nuevo.

Nosotros teníamos una esperanza de

vida, hace 25 años, que era de algo así

como 65 años. A esa edad la gente jubi-

laba y poco después se moría. Esa es la

verdad. Hubo un salto muy grande y se

produjo de manera un poco inesperada”.

De muestra, un botón. La doctora Ale-

jandra Fuentes, académica de la Escue-

la de Salud Pública de la Universidad

de Chile, explica que “en Chile no

tenemos siquiera estudios para saber

cómo estamos envejeciendo. Tenemos

el Estudio Nacional de Dependencia

en Adultos Mayores (realizado por el

Centro Microdatos de la Universidad

de Chile), pero no tenemos estudios

de seguimiento que nos permitan sa-

ber cómo estamos envejeciendo, saber

cómo se están manifestando las enfer-

medades en los adultos mayores”.

Y en Chile conocer estos datos es ur-

gente, quizás más que en los países

desarrollados que también enfrentan

el envejecimiento acelerado. El doc-

tor Arteaga explica que “los países

desarrollados se desarrollaron prime-

ro y después envejecieron”. Es decir,

solucionaron un problema antes de

enfrentar otro. “En nuestro caso, el

desafío es mucho más complejo y eso

es un consenso a nivel internacional.

María Irene Castillo,

gerenta de integración

de la Villa Padre Hurtado,

no esconde su rabia

al plantear que si

bien en Chile estamos

acostumbrados a que el

cuidado de los ancianos

se relacione directamente

con la caridad, “esto no

es responsabilidad de las

congregaciones o de la

Iglesia: es un tema país,

un tema del Estado”.

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Nº 5 enero 2015 / El Paracaídas