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Pautas Éticas de Investigación en Sujetos Humanos: Nuevas Perspectivas
Volví a mi país después de esa sesión. Allí se estaba haciendo un ensayo de un
medicamento antihipertensivo. Recuerdo que le pedí el consentimiento a un paciente. Él se
enojó y me dijo: “¿Usted ha estado tratándome durante tantos años y nunca me ha pedido
consentimiento, por qué solicita mi consentimiento ahora? ¿Es que usted ya no confía en
mí o que piensa que yo ya no confío en usted?”. Situaciones como esa hicieron que yo me
preocupara de la ética de la relación médico-paciente y la de investigador-sujeto.
Tengo la seguridad de que en mis días de estudiante, mi atención se dirigió
principalmente al área de la relación de médico-paciente, la ética de la profesión, la ética
con que se trata a los individuos. Fue muy posteriormente que llegué a la ética de la
relación entre el investigador y el sujeto.
Fue en esa época, aun antes de incorporarme a la OPS, que comencé a formular
algunos principios generales propios. El primero fue de que el tipo de investigación menos
ética era la que mi jefe de entonces, John Waterlow, llamaba, simplemente, mala
investigación. John solía definir la mala investigación como aquella que no planteaba ninguna
hipótesis que conduciría a la comprensión de un fenómeno de importancia para la salud
humana. Era también mala investigación si no respondía ninguna pregunta significativa, y
si estaba tan mal diseñada que nunca produciría una respuesta válida, y el riesgo era de tal
magnitud que nunca nos expondríamos a él, ni nosotros mismos ni a nuestros hijos.Aquellos
eran los mínimos; ¿se expondrían ustedes mismos o a sus hijos a este experimento? Desde
luego, atendiendo al conocimiento moderno pudimos haber errado, pero lo dudo.
En julio pasado volví a visitar mi vieja unidad y nos recordamos de tiempos pasados
y de algunos de los experimentos que realizamos sobre nosotros mismos, y me doy cuenta
que es un milagro que todavía esté por aquí. En esa época casi me paralizaba el poder del
imperativo tecnológico, y el criterio que existía en muchos círculos que si podía hacerse, el
hombre intentaría hacerlo. Estaba convencido de que siempre habría personas que desafiarían
los aspectos éticos y tratarían por el solo hecho de que fuera posible. Esta campaña
tecnológica aun ahora alimenta la arrogancia del hombre por cambiar el orden natural de
las cosas, y esto se ve tan claramente en el área de la atención al paciente terminal, si se le
puede llamar así, que se ha vuelto tan común.
También llegué a la conclusión de que no hay ningún sustituto para la apreciación
cultural, y muchos de los que predican más fuerte acerca de lo correcto o incorrecto en
materia de ética de la atención o la investigación en el mundo en desarrollo, nunca han
usado los “pijamas” del pueblo de esas partes del mundo. Ningún problema fundamental
relacionado con la vida y la muerte es contextualmente neutral en función de la cultura, el
lugar y el tiempo. La mayoría estará de acuerdo conmigo en lo de la cultura y el lugar,
especialmente, ya que éstos están tan interrelacionados. He encontrado muy pocos que
pueden retrospectivamente ser caritativos en relación a temas de salud que se jugaron en
las sociedades marcadas por un claro predominio cultural de un grupo sobre otros, con la
noción arraigada de que “ellos” son diferentes de “nosotros” y donde esta noción debe
haber condicionado medidas que ahora se consideran inadmisibles. Gran parte de la culpa
debe recaer sobre la norma cultural y no sólo sobre los individuos que actuaron. Tanto el
individuo como el sistema deben compartir el veto.
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