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cinco continentes. Estos foros han realzado la tesis de que, si bien indispensables, no son
los instrumentos normativos ni las pautas internacionales garantías de una investigación
responsable y respetuosa de la dignidad humana. Puede decirse que son condiciones
necesarias mas no suficientes. Mientras la educación de los investigadores continúe influída
por intereses a veces ni siquiera identificados o conscientes (la carrera científica, el incentivo
económico, la competencia por premios), toda norma escrita carece de valor perdurable. A
menudo ocurre que tales textos surgen en respuesta a situaciones específicas que al cabo
de algún tiempo dejan de ser relevantes. También sucede que son documentos aspiracionales,
que describen lo deseable o ideal, a veces imposible de obtener. En ocasiones, en su redacción
participan personas ajenas al oficio de investigar en medicina y ciencias, las cuales, al no
haber estado enfrentadas a los dilemas propios de ese trabajo, asumen posturas rígidas o
defienden intereses irreales. La conclusión que se impone es que el movimiento por la
constitución ética del trabajo científico ha de ser parte del corpus mismo de la ciencia y no
un agregado foráneo y extemporáneo. Han de ser los científicos quienes reasuman la
responsabilidad de autorregular sus estudios a la luz de los progresos en la conciencia
moral de la sociedad. Y han de ser ellos quienes, inspirados por el diálogo, sepan debatir
con la sociedad general y sus representantes sobre aquellos dilemas que el progreso plantea.
La significativa escisión entre expertos y profanos nunca es más nociva que cuando se
trata de valorar impactos y consecuencias. Pues si bien la socialización de los científicos
les informa de lo que es apropiado y correcto según las reglas del buen arte (
lege artis
),
pocas veces les señala lo que es apropiado según el uso social (
lege societatis
). Así, la
philo-tecknía, amor que es don y vocación de quienes generan conocimiento generalizable
y válido, se complementa con la
philo-anthropía
, ese amor al prójimo que humaniza la
tarea investigativa, la hace fruto maduro de la solidaridad y le da el sentido emancipatorio
que exige la justicia distributiva. No debe desconocerse, ni menospreciarse, la
auto-philía
,
el amor a sí mismo y el orgullo por la tarea bien hecha que siempre acompañan a la ciencia
madura y a la investigación con significado social, aquella que no se valora sólo porque es
útil o económicamente rentable sino también, y primordialmente, porque transforma
positivamente las personas y sus comunidades.
No basta tampoco las admoniciones e instructivos sobre cómo formar y mantener
comités de revisión ética de la investigación si no se acompañan de la profunda convicción
de que estas instituciones sociales se justifican como eslabones de procesos sociales que
legitiman prácticas. La aceptación automática y ritual de consejos e instructivos, tan corriente
en las comunidades nacientes de científicos, aunque sirva al propósito de no transgredir la
buena práctica o desconocer la ley, no significa progreso ético sino simplemente imitación
de usos. La tentación del “legalismo”, que reduce a mera aplicación de la ley lo que debiera
ser fruto de auténtica convicción, aunque parezca ofrecer la garantía de la objetividad, no
inspira la confianza que exige desarrollo éticamente sostenible de la actividad científica.
Este volumen mantiene la intención de aquel que revitaliza y continúa: brindar
perspectivas sobre la ética de la investigación con sujetos humanos, colaborar en la tarea
de difundir documentos y principios e influir sobre la calidad de la atención sanitaria de los
países de América Latina y el Caribe.
Prólogo
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