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En efecto, la situación en Siria muestra,

entre otras cosas, que la guerra gestional

de corte global operada en el contexto del

nuevo

nómos

imperial funciona a partir

del dispositivo de la guerra civil local y re-

gional. Esta última no es jamás un resul-

tado de simples factores internos, sino un

verdadero dispositivo de gobierno global

que tiene por objetivo la transformación

de los pueblos en verdaderas poblaciones.

En Siria –cuya pólis ha estallado con 4

millones de refugiados- ese programa

de destrucción masivo se gestó transfor-

mando las revueltas del año 2011 en una

“guerra civil”.

Si las revueltas fueron la apuesta de los si-

rios por inventar nuevas formas de habi-

tar impugnando el autoritarismo político

del régimen y los “monopolios privados”

producto de las reformas “neoliberales”,

su derivación en guerra civil se produjo en

virtud de una doble fuerza que conspiró

contra la intifada: por un lado, las fuer-

zas islamistas que favorecían el derroca-

miento del régimen y se mantenían bajo

la influencia financiera saudita y nortea-

mericana, por otro lado, el régimen de Al

Assad que impedía dicho derrocamiento

declarando la guerra a toda disidencia y

siendo apoyado por los nuevos anhelos de

Rusia por mantener vigente su presencia

en la región.A esta luz, diremos que no es

que Siria esté en guerra civil, sino que el

mundo está en guerra civil en Siria.

Con ello, la revuelta fue progresivamente

capturada, militarizándose y convirtién-

dose en el puntal de los nuevos grupos

armados que proliferaban desde la agó-

nica Al Qaeda y que, provenientes desde

Iraq, desembocarán en el actual “Estado

Islámico” (ISIS o Daesh en árabe). Así,

las revueltas en Siria quedaron atrapadas

entre las fuerzas contrarias al régimen y

las fuerzas que pugnaban a su favor, des-

nudas ante un escenario que no impug-

naba al régimen para inventar un nuevo

habitar de la ciudadanía siria, sino que

conspiraba para su más completa des-

trucción. Expuesta a los embates de las

fuerzas islamistas o

de las del régimen de

Bashar Al Assad, todo

acontece como si los

sirios hubieran des-

pertado del sueño de

las revueltas, converti-

dos en refugiados.

Asistimos a la crisis de

refugiados más gran-

des desde la Segunda Guerra Mundial,

donde miles de vidas atraviesan las po-

rosas fronteras, huyendo de archipiélago

en archipiélago para inventar un nuevo

habitar. Pero los refugiados no nacen de

la nada. En sus cuerpos pulsa una histo-

ricidad que compromete directamente

las empresas coloniales de las principa-

les potencias occidentales en los últimos

tres siglos (en particular, Francia, Gran

Bretaña y los

EE.UU.

). En este sentido,

la crisis de los refugiados no puede ana-

lizarse sino como un problema político

que interpela las formas imperiales de

ayer y de hoy.

Lejos del pietismo cristiano con el que el

espectáculo mediático estetiza la situación

–lejos de la pornografía infantil con la que

se exhibió el cadáver del niño kurdo- es

preciso entender que los refugiados son la

cifra en la que se condensa nuestra pro-

pia catástrofe, el punto cero al que tiende

nuestra supuestamente segura noción de

“ciudadanía”. En efecto, el refugiado es el

reverso especular del ciudadano.

Por eso, en cada ciudadano habita un po-

tencial refugiado como en cada refugiado

una potencial ciudadanía. La diferencia

entre ellos es de grado, no de naturaleza.

Y basta la declaración de la excepcionali-

dad del derecho para que los ciudadanos

nos acerquemos a la figura del refugiado y

el poder cesure a nuestra vida respecto del

mundo en el que habitamos.Cuando ello

ocurre, es la imagen del refugiado la que

es capaz de iluminar la precaria condición

del ciudadano contemporáneo.

A esta luz cobra fuerza la afirmación con

la que Hannah Arendt terminaba su cé-

lebre ensayo

We refugees

: “Los refugiados,

hostigados de país en país, representan –

si conservan su identidad- las vanguardia

de esos pueblos.”De país en país, de

chec-

kpoint

en

checkpoint

los refugiados flotan

en una tierra en la que se ha destruido el

habitar.Sinmundo,los cuerpos

flotan.La

vida naufraga y el mundo se clausura. La

vida se individualiza y el mundo se ato-

miza. La cesura entre ambos da lugar a

los refugiados. Buscan refugio, casa, ho-

gar, el lazo de una vida común que les ha

sido arrebatada. Pero, en dicha búsqueda

los refugiados se tornan la “vanguardia”

de sus respectivos pueblos, no tanto por-

que éstos “conserven” su identidad, sino

en cuanto nos dan la posibilidad de in-

ventar nuevas formas de habitar.

Los refugiados no nacen de la nada. En sus cuerpos

pulsa una historicidad que compromete directamente

las empresas coloniales de las principales potencias

occidentales en los últimos tres siglos.

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Nº 12 / Octubre - Noviembre 2015 / El Paracaídas