A propósito de la muerte del Mamo, hay gente que salió a ce-
lebrar, hubo bocinazos ¿Cómo ves el tema de la reconciliación?
-Es bastante complejo porque yo creo que la gente está frus-
trada por tantos años de impunidad. Hay mucha gente que
está súper traumatizada. Como agregada científica llevamos
una muestra del Museo de la Memoria a varias ciudades de
Canadá con una exposición que se llama “Fragmentos, me-
moria e imágenes. Afiches de la solidaridad”. Esto fue muy
reparatorio para la gente, pero también para muchos fue
retraumatizante. Éticamente para que haya reconciliación
primero tiene que haber verdad, arrepentimiento de los eje-
cutores y los cómplices, y gestos concretos que hagan creer.
Yo tuve terapia individual tres años con un psicólogo, pero
mi trauma va a quedar inconcluso siempre, porque no es un
trauma individual, que haya venido un delincuente y me haya
quemado por robarme, sino que es un trauma colectivo. El
Estado utilizó la violencia para atentar contra un sector de
chilenos. Eso es muy traumático porque se supone que el Es-
tado debe cuidarte, protegerte, y la justicia hacer justicia. Ne-
cesitamos que las personas, instituciones involucradas, hagan
estos gestos, que ayuden a uno a elaborar su propio trauma,
su propio duelo.
QUINTANA UNIVERSITARIA
Carmen Gloria Quintana es una mujer de extracción humilde.
La segunda de seis hermanos, hija de un técnico electricista y
una dueña de casa, creció en la Población Nogales, en Estación
Central. Sus padres eran de izquierda de base. Ellos les con-
taban de las esperanzas que tenían en el gobierno de Salvador
Allende, de la justicia social que, esperaban, se iba a impartir.
Para el golpe de Estado, Carmen Gloria Quintana tenía cin-
co años.
-Yo no entendía nada, por qué la gente lloraba, se escondía en
las casas. Después veía “Allende Vive” y me confundía. Uno es
muy concreto cuando chico y decía, ¿estará vivo, estará preso
en alguna parte?. Después fui creciendo y entendiendo más.
Empecé a participar con mi familia en las primeras protestas,
el ‘83 en el Parque O’higgins, en General Velasquez- recuerda.
Quintana estudió en el Liceo 4 de niñas, en Matucana con
Moneda. Cuando dio la Prueba de Aptitud Académica le fue
bien, pero no tanto como para postular a las carreras humanis-
tas que ella quería: sociología, periodismo, o sicología.
-Mi mamá me dijo “estudia ingeniería, para que haya una
ingeniera en la familia”. Yo dije, pucha, no me gusta mucho,
pero bueno. Y entré. Ahí empecé a ver las grandes diferencias
que hasta el día de hoy existen en los jóvenes que estudian
en colegios públicos versus los que estudian en colegios pri-
vados. Todas las matemáticas las daban por sabidas: senos,
cosenos, matrices progresivas, y yo jamás había visto eso en
mi liceo- asegura.
Cuando entró a la Universidad de Santiago, Usach, dice que
el mundo se le abrió. Empezó a participar de la federación de
estudiantes, Feusach. En esa época, los carabineros entraban
al campus lanzando lacrimógenas. Quintana estuvo detenida
por manifestarse adentro de la universidad.
-Desde la rectoría te sacaban fotos y después las usaban
como sumario para echarte. Las libertades eran muy pocas
y a pesar de eso hubo mucha gente que se atrevía a luchar
para que eso se acabara y por acceder a la democracia- dice.
Hoy, Quintana destaca todas las acciones que la Usach ha
emprendido como formas de desagravio: “son gestos repa-
ratorios que la sociedad necesita; que nosotros necesitamos
como víctimas”.
A Rodrigo Rojas De Negri lo conoció por casualidad.
Quintana recuerda que era grande, alto, atractivo, “entonces
todos sospechábamos que era sapo, jajaja. Él dijo que se lla-
“Hay un secreto de no informar en 50 años,
entonces yo me pregunto, ¿ese secreto a quién
protege, a las víctimas? Yo creo que a muy pocas”
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Nº 10 / Agosto 2015 / El Paracaídas