de Chile. Según Candina “la Univer-
sidad, con todo el daño, con todos los
embates que sufrió, logró sobrevivir. Y
hasta el día de hoy conserva algo que
si tú lo miras en este contexto, es real-
mente sorprendente que aún exista,
que es la vocación pública. Las perso-
nas que trabajamos acá seguimos vien-
do a la Universidad como una a la que
le importa este país”.
Domingo Ulloa es sólo uno entre mu-
chos a quienes hay que agradecer la per-
sistencia de ese espíritu. Él, junto a otros
funcionarios, académicos y estudiantes
que resistieron los embates de la dicta-
dura, de los delatores, de las malas con-
diciones laborales, junto a todos los que
pudieron haberse ido en busca de mejo-
res horizontes, pero se quedaron, cuen-
tan una historia poco conocida.Ellos son
hasta hoy la memoria de una universidad
asolada económica y políticamente, pero
cuyos integrantes más comprometidos
resistieron en pie de guerra para tratar
de salvar hasta donde les fuera posible
el objetivo con el que había sido creada
hacía más de 100 años.
EL RIGOR DE LOS CUARTELES
La Universidad de Chile, dice María
Angélica Figueroa, abogada y acadé-
mica de la Facultad de Derecho, resis-
tió a través de las personas. “No había
gran concierto, no había relaciones en-
tre las facultades. Pero la resistencia se
daba tácitamente en la forma de seguir
haciendo las cosas, (de) tratar de decir
lo que más se pudiera. Dirigir las tesis
de los alumnos que eran de oposición.
Yo dirigí la tesis de la presidenta de los
Detenidos Desaparecidos, que no se
podía recibir, porque le tiraban la tesis
de un lado para el otro. Nos bajaban los
sueldos y seguíamos acá”.
Ese mismo tesón fue el que impulsó
a Figueroa, desde la Dirección Jurí-
dica que se renovó una vez recobrada
la democracia, a reconstruir la historia
de una universidad despedazada y con
heridas por sanar. Sin aceptar peros, se
dio a la tarea de sistematizar todos los
registros jurídicos que daban cuenta de
sumarios administrativos conducidos
por razones políticas, exoneraciones,
delaciones y pérdida del que había sido
un enorme patrimonio económico de
la Universidad de Chile. La misión:
revelar lo que había ocurrido en la
Universidad y tratar, hasta donde fuera
posible, de reparar los daños.
Según Figueroa, era lo mínimo que
podía hacer por quienes habían pe-
leado de otras formas antes que ella.
Recuerda con especial cariño a Jorge
Millas, escritor, poeta y filósofo que
luchó abiertamente contra la dictadura
desde la Facultad de Derecho. En 1975
incluso corrió el riesgo de publicar en
El Mercurio su crítica “La universidad
vigilada”, la que implicó su partida a la
Universidad Austral, desde donde en
1981 también tuvo que salir por mo-
tivos políticos, quedando condenado a
una precaria existencia enseñando par-
ticularmente a algunos estudiantes.
-A Jorge Millas la dictadura lo mató.
Hay muchas personas que no figuran
como personas que la dictadura mató
o torturó, pero que son realmente tam-
bién víctimas- dice Figueroa.
Los jardines del Instituto Pedagógico.
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