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las horas de almuerzo para saber de qué hablaban los funcionarios y revisar hasta el último

documento que pudiera resultar sospechoso. Por supuesto, también amedrentar. Recuerda

Domingo Ulloa que no era extraño que ese “sapo” se sentara a la mesa que compartía con los

funcionarios dejando a un costado del plato su arma de servicio, como un recordatorio de que

la Universidad de Chile había cambiado y otros eran sus dueños.

Recuerda Domingo Ulloa que este “guatón de la P.P” -“eran casi todos gordos y este también

era gordo”- en particular se llamaba Luis Gac Carmona y que llegó a la Universidad buscando

material fotográfico de una exposición sobre el movimiento social chileno que el Laboratorio,

en alianza con el Instituto Pedagógico y la Biblioteca Nacional, había montado en la Univer-

sidad de Concepción antes del golpe.

Sin embargo, y a pesar de que logró despedir o hacer que renunciara la mayor parte de los

funcionarios del Laboratorio, Luis Gac jamás encontró lo que buscaba. No por falta de tesón.

Según Ulloa “era el primero en llegar y el último en irse, porque revisaba hasta los papeleros

para ver qué trabajos se hacían y qué cosas podían

ser ofensivas al régimen”. La razón estuvo simple-

mente en la astucia y riesgos que asumió Ulloa.

“Este caballero (…) venía a revisar los cárdex donde

teníamos la colección de negativos y empezó siste-

máticamente a revisar cosa por cosa en los cárdex,

de arriba a abajo. Yo sabía dónde estaba la exposi-

ción, entonces, cuando él estaba próximo a llegar

ahí, yo lo cambié y lo puse arriba, donde ya había

revisado, y no encontró nada”.

El 11 de septiembre de 1973 implicó para Chile un descalabro que desmantelaría no sólo

el sistema político y económico, sino que, sobre todo, cambiaría para siempre los modos

de la convivencia social. Para la Universidad de Chile no sería distinto. El Decreto N°50,

publicado en el Diario Oficial el 2 de octubre de ese año, autorizaba el nombramiento de

rectores delegados, militares de alto rango que podían hacer y deshacer a su antojo dentro

de los planteles chilenos. La misión era simple: tratar de reducir al mínimo la Universidad

y limpiar de ella todo rastro de lo que pudiera llegar a considerarse de izquierda. La demo-

cracia y el disenso eran cosa del pasado.

Fue así como durante la dictadura la Universidad de Chile perdió su Instituto Pedagógico,

sus sedes regionales y la mayor parte del financiamiento que solía recibir de parte del Estado.

Se trató de un esfuerzo prolongado y sistemático por destruir la Universidad y lo que hasta

ese momento representaba.

Azun Candina, historiadora y académica de la Facultad de Filosofía y Humanidades, junto

a Alejandra Araya, directora del Archivo Central Andrés Bello, lideran el proceso de digi-

talización de archivos jurídicos que dan cuenta de la intervención militar en la Universidad

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El Paracaídas / Nº 11 / Septiembre 2015

Ese espíritu que mantuvo a Silva y a otros dentro

de la institución, estaba, para fines de los ’80,

“fuerte, atento, vigente, y yo diría que fue eso lo

que logró salvar a la Universidad”.