L
a doctora María De la Fuente, pediatra, escritora y ac-
triz, recuerda que la primera vez que escuchó la palabra
barbarie fue cuando su padre la mencionó refiriéndose a
la quema de libros realizada por los nazis en Alemania el
10 de mayo de 1933. Cuarenta años después, la académica de la
Universidad de Chile protagonizó una escena muy similar junto
a militares chilenos en un patio de la Facultad de Medicina.
La imagen de un grupo de soldados quemando libros en las
cercanías de la Remodelación San Borja durante un allana-
miento el 23 de septiembre de 1973, se ha transformado en
un ícono de los esfuerzos de la dictadura por destruir cualquier
elemento que estuviera relacionado con las ideas marxistas.
Pero ese episodio no fue el único en el que los militares, con
el poder asegurado en las manos de la nueva Junta Militar,
buscaron “extirpar el cáncer marxista” a través de una manio-
bra similar a la de los estudiantes y profesores universitarios
nazis de los años 30.
Sólo tres días antes, el 20 de septiembre y cuando recién ter-
minaban las fiestas patrias más tristes de la historia, como
las calificó De la Fuente en una carta a sus amigos escrita en
febrero del año siguiente, los académicos y funcionarios de
la Facultad de Medicina recibieron una circular. En ella se
les sugería llevar toda la literatura o publicaciones declaradas
enemigas del régimen actual al patio central del Zócalo, fren-
te a la Sala 150, para ser quemados desde las 10 de la mañana.
La escena que siguió marcó a De la Fuente hasta el día de
hoy. “Ahí estaba un militar con un fusil mientras la gente
llegaba y ponía los libros en el fuego” recuerda. “Vi llegar a
profesores universitarios, alumnos y funcionarios con sus li-
bros, folletos, apuntes de todo tipo, y lanzarlos a la pira, que
pronto fue una hoguera” denunciaba en su carta cinco meses
después, recordando cómo obras del líder comunista chino
Mao Tse-Tung, del historiador Hernán Ramírez Necochea y
de la socióloga Marta Harnecker se transformaban en ceni-
zas en el medio de la Universidad de Chile.
Un episodio en particular logra aún transmitir la angustia
que sentía la doctora en ese momento. El entonces direc-
tor de la Escuela de Salud Pública (ESP), Dr. Hugo Behm
Rosas, se resistía a quemar un libro escrito por Harnecker,
aduciendo que lo tenía subrayado y que aún no lo termi-
naba de leer.
-El Dr. Behm estaba arrodillado al lado de los libros y seguía
diciendo “cómo voy a quemarlo”, y el militar que estaba ahí
lo miró y le hizo sólo una señal con la cabeza, un pequeño
movimiento diciendo “tírelo no más”. Salió de ahí cabizbajo
de espaldas a la pira, con los ojos brillantes de ira e impotencia-
recuerda María De la Fuente. El otrora director de la ESP se-
ría tomado detenido algunos días después, expulsado de Chile
y exiliado en Costa Rica, país que lo acogió hasta su muerte
a los 98 años.
Los autores marxistas no fueron las únicas víctimas de este
pogromo cultural. Folletos de primeros auxilios fueron cata-
logados como obras subversivas, al igual que libros relativos
a la experiencia de jardines infantiles en los entonces países
socialistas, y a ejemplares de la Serie Roja, que trataba sobre
los glóbulos rojos, y que un doctor hematólogo guardaba en
su oficina.
Sin embargo, incluso en momentos como ese, con Santiago
bajo control militar y el humo ascendiendo desde los patios
de la Facultad, los ánimos de resistencia se expresaron en pe-
queños pero significativos gestos.
–Una colega tuvo la valentía de sacar entre el humo dos
ejemplares de su tesis, “El proceso de democratización del
Servicio Nacional de Salud en Chile”. Recuerdo también al
profesor Hernán Romero, uno de los fundadores de la ESP,
que entonces estaba jubilado pero mantenía una oficina fren-
te a la mía. Estaba indignado y decía “no puedo tolerar esto,
es un atropello. Si quiere guardar algún libro pásemelos”.
Cinco años después los fui a buscar a su casa donde quedaron
escondidos- recuerda De la Fuente.
Los autores marxistas no fueron las únicas víctimas de este pogromo cultural. Folletos de primeros
auxilios fueron catalogados como obras subversivas al igual que libros relativos a la experiencia de
jardines infantiles en los entonces países socialistas, y a ejemplares de la Serie Roja, que trataba
sobre los glóbulos rojos, y que un hematólogo guardaba en su oficina.
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El Paracaídas / Nº 11 / Septiembre 2015