lagos aledaños demostraba que el volcán
había tenido al menos ocho erupciones
importantes en ese período. Conocer ese
dato habría evitado tomarse con sorpre-
sa la tragedia en su momento. Desde su
experiencia, recomienda a la autoridad:
“asumir que vivimos en un clima que va
cambiando. Considerar que en el caso de
las sequías, por ejemplo, el conocimiento
y la experiencia de los habitantes del nor-
te chico que históricamente han basado
su cultura en el aprovechamiento del
poco acceso al agua a través de procesos
muy bien tecnificados en el uso de estan-
ques, embalses o canales para que no se
pierda una gota.Ellos nos enseñan que la
educación, en este caso, es una medida de
adaptación efectiva”.
Una política del cuidado de un recurso
como el agua a nivel país evitaría otras
catástrofes asociadas al cambio climá-
tico como los que se conocen reciente-
mente en sectores urbanos de Valdivia,
La Serena o el centro del país donde
las comunidades dependen todo el año
de camiones aljibes.
Jaime Campos cuenta que muchos
países desarrollados, que no tienen un
décimo de nuestros riesgos, envían a
sus expertos a aprender a Chile sobre
vulcanología o sismología. “En Japón
o Europa los desastres están muy bien
contextualizados en el currículum es-
colar. En las ciencias de la tierra inter-
vienen la química, la biología y la física
para entender el entorno y los desastres
ecológicos como algo que nutre al pla-
neta y no como una amenaza”, explica,
a diferencia de lo que sucede en la en-
señanza chilena que, por ejemplo, pasa
por alto el hecho de que la caída de
cenizas desde el volcán es un desastre
ecológico, cuando en realidad es parte
del proceso que enriquece los suelos y
a la agroindustria, agrega.
“Los desastres ocurren por la ausencia de
instrumentos de planificación territorial
que incorporen estas amenazas que la
ciencia puede identificar. Los procesos
que ocurren en el “Sistema Tierra” de-
ben ser estudiados para reducir nuestra
vulnerabilidad y poder comprenderlos
como parte de los ciclos dinámicos que
nutren al planeta”, explica Campos.
El resultado es un ciudadano intere-
sado también en su entorno y riesgos,
que es capaz de discernir si una represa
aledaña o un proyecto de ley ambiental
le afecta o no. Que sabe que acumular
basura en una quebrada es promesa de
un incendio futuro o que aporta desde
su conocimiento al lugar donde asen-
tarse cerca de ríos y volcanes.
Para el terremoto de 1966, en Illapel
cedió el relave de la mina El Soldado
y desaparecieron más de 300 mineros
cuyas casas estaban a los pies de la
represa. “Difícilmente hoy una comu-
nidad informada toleraría ponerse en
ese riesgo, aunque por otro lado, nues-
tros jóvenes salen de cuarto medio
con muy poca capacidad de reflexio-
nar sobre su entorno”, cree el Director
del Departamento de Geofísica de la
Universidad de Chile.
RESILIENCIA
VERSUS IDIOSINCRACIA
Siguiendo el hilo de la lógica material y
empresarial con la que se toman muchas
de las decisiones institucionales a la hora
de la reconstrucción, el profesor Tapia,
urbanista y co-editor del texto “Vulne-
rabilidades y desastres socionaturales”
junto a la socióloga Catalina Arteaga,
Doctora en Ciencias Políticas y Sociales,
aporta con una considerable reflexión
para los ingenieros comerciales a cargo
de la distribución de mediaguas y fraza-
das: “Si además de evaluar cuál es el nivel
del daño sicológico y salud de quienes
llevan 3 o 4 años habitando una media-
gua de emergencia tras un terremoto o
tsunami, también se calculara cuánto le
cuesta esto al país en licencias médicas
y deserción escolar; quizás en búsqueda
de la rentabilidad y consecuencia con
el modelo económico, por último, sería
prudente invertir más en una vivienda de
mejor calidad en estos casos”.
Para el profesor Campos, desgracia-
damente la forma de comunicar estos
eventos naturales a la sociedad también
es una falencia de la falta de organiza-
ción y las trabas burocráticas.Y se puede
apreciar en horario estelar cuando la in-
formación oficial es construida por una
infinidad de voceros que desfilan por los
medios tras cada catástrofe. “El Estado
no ha construido una institucionalidad
oficial para normar lo que se dice del
volcán, de la inundación o el cambio
climático. Así, esa noción de riesgo se
convierte en un desmadre desde la per-
cepción y la reacción en la comunidad”,
advierte sobre un rasgo caótico de nues-
tra idiosincrasia.
Quizás estas vulnerabilidades no han
sido consideradas en su justa medida
dado el protagonismo de terremotos
y erupciones volcánicas, cuando en el
mapa real contamos con nevazones en
el desierto, sequías extremas y otras
rarezas, que dada su escala de apari-
ción, perduran menos en la retina de
quienes no las sufren, cree el sismó-
logo Campos: “Pocos recuerdan que
el 2007 en Aysén hubo un terremoto
de grado 6,1 que generó un tsunami
de fiordo que se llevó a diez perso-
nas. Lamentablemente el SHOA sólo
se hace cargo de los tsunamis costa
afuera y lo demás es tierra de nadie”,
apunta el profesor Campos.
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Nº 10 / Agosto 2015 / El Paracaídas