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El Paracaídas / Nº 8 junio 2015
ción compulsiva de Tarapacá” (2004),
y “Hombres y mujeres de la pampa.
Tarapacá en el ciclo de expansión del
salitre” (2002), entre otras obras.
En su oficina en la Universidad Arturo
Prat de Iquique (UNAP), González
conversó con
El Paracaídas
sobre su
filiación con el norte, donde sus ha-
bitantes a pesar de las condiciones
adversas que ofrece el desierto, aman
profundamente su territorio.
-Por eso estoy aquí. No porque encon-
tré un espacio laboral que no pueda
encontrar en ninguna otra parte, sino
porque quiero estar aquí y poner en
relieve a esta región, a todo el norte
grande y su gente. Me parece que los
que nacimos en regiones tenemos un
compromiso, aunque vivamos en otra
parte del planeta- asegura.
¿Cómo evalúa el proceso de reforma
educacional?
-Alcancé a estar en la universidad que
era gratuita. Chile era un país más po-
bre y teníamos universidad gratuita.
Hoy día se supone que es un país más
rico y tenemos una universidad pagada,
por lo tanto soy un firme partidario de la
reforma educacional. Yo le mencioné al
señor ministro de Educación cuando me
llamó que recordara lo que fue para Chi-
le la Ley de Instruc-
ción Primaria Obli-
gatoria presentada al
Congreso Nacional
en 1900. Bloquearon
la ley por décadas
con argumentos muy
parecidos a los que
se han escuchado en
Chile en estos años:
que el Estado no se puede meter en la
decisión privada de las familias. ¡Por fa-
vor! Los niños chilenos no tenían acceso
a la educación.
Y esa ley cambió a este país. Si uno
piensa, si esa ley de hubiese promulgado
en 1900 y no veinte años después, hu-
biésemos tenido cuántas generaciones
de jóvenes y de niños mejor educados,
de profesionales que no tuvimos. Chi-
le hubiese sido un país mejor, pero por
razones religiosas, pecuniarias o las que
sean, hubo gente que se opuso.Creo que
también eso va a ocurrir cuando esta ley
ya sea promulgada, nadie se va a imagi-
nar que hubo gente que se opuso.
¿Cómo fue su paso por la universidad
pública?
-Yo llegué muy asustado a Santiago
y no me fue muy bien el primer año;
además eran tiempos difíciles porque
fue el año del golpe de Estado. Estu-
dié Sociología y me ofrecieron cam-
biarme a otra carrera. Estuve a pun-
to de irme a Economía, pero hubo
un momento muy especial. Cuando
prácticamente no había alumnos
ayudantes, me pidieron serlo y eso
fortaleció mis confianzas como es-
tudiante. Eso es lo que yo le llamo
“un don”, que no es tan importante
para el que lo da, sino que para el que
lo recibe, quien se lo debe entregar a
la generación que viene. He hecho
eso con mis alumnos cuando los es-
cojo como ayudantes y los apoyo en
su carrera académica, reforzando su
confianza. Imagínese usted cuántos
alumnos de una universidad de re-
gión, alejada como ésta, donde sus in-
dicadores de investigación son bajos,
pueden tener la oportunidad de ser
ayudantes de un proyecto Fondecyt,
por ejemplo. Se le abre una puerta de
oportunidad a estos jóvenes que bajo
otras circunstancias sus posibilidades
serían mucho más bajas porque aquí
no abundan los profesores que ganen
proyectos. Así se les dice a los jóve-
nes que sí es posible, que tienen po-
sibilidades de seguir estudiando, de
ganar las becas de mayor exigencia y
estudiar donde sus sueños indiquen.
Creo que abrir la posibilidad es un
paso muy importante.
“El problema no pasa por más dinero solamente,
sino que pasa también por discutir el papel de las
universidades del Estado en nuestro país”.