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ca –que es como decir la eficiencia

misma-, le corresponde concebir las

Escuelas de Temporada, proponer su

proyecto al Rector de la Universidad

de Chile, Juvenal Hernández, y obte-

ner, con él, del Consejo de esa casa de

estudios, el espaldarazo de consagra-

ción de su proyecto, en 14 de mayo

de 1935”.

Con estas palabras describió el surgi-

miento de las Escuelas de Temporada

el profesor de Filosofía de la Educa-

ción del Instituto Pedagógico, Moisés

Mussa Battal, en su ensayo “Dos dece-

nios de difusión cultural en Chile”, pu-

blicado en 1954 al cumplirse 20 años

de labor de dichas escuelas.

El lunes 6 de enero de 1936 partió la

primera Escuela de Temporada, en

Santiago. 534 personas -14 extran-

jeras y 286 de las provincias de todo

Chile, gracias al descuento de tarifa

en Ferrocarriles del Estado y un apor-

te de 20 mil pesos del ministerio de

Educación para su traslado- se dieron

cita durante cuatro semanas en el Li-

ceo de Niños Nº1, la Facultad de Be-

llas Artes, el Instituto de Educación

Física y los laboratorios de la Escuela

de Química y Farmacia, para dar vida

a los 35 cursos dictados, de un total de

90 ofrecidos inicialmente.

No con pocas dificultades se logró

confirmar el equipo de profesores,

dadas las aprensiones por realizar un

curso extraordinario durante las va-

caciones y la desconfianza del éxito

que las escuelas pudieran lograr. Pese

a ello se contó incluso con maestros

internacionales como los escritores

Alonso Hernández Catá, de la Uni-

versidad de Panamá, y Amado Alon-

so, Director del Instituto de Filología

Hispánica de Buenos Aires. Entre los

nacionales destacaban José Caracci,

Carlos Keller, Domingo Santa Cruz,

Santiago Labarca, Margarita Mieres

de Rivas y la propia Amanda Labar-

ca, por mencionar algunos.

Los cursos ofrecidos abordaron temá-

ticas diversas como Apreciación Musi-

cal, Dibujo Técnico y Artístico, Artes

Manuales Femeninas, Bacteriología,

Biblioteconomía, Categorías Gramati-

cales, Valores Literarios, Radio y Cine

Sonoro, Química Analítica, Psicofisio-

logía de la Infancia y de la Adolescen-

cia, Bases para un Sistema Pedagógico

Nacional, Filosofía de la Educación,

Orientación Profesional, Técnica de la

Educación Física, Literatura Francesa

de post guerra, Evolución Social Ame-

ricana, entre otras.

Con el transcurso de la escuela, las

dudas iniciales se disiparon rápida-

mente. Su envergadura fue tal que se

hizo necesaria la implementación de

un sistema de bibliotecas. El Institu-

to de Cinematografía Educativa de la

Universidad de Chile se puso a dispo-

sición realizando tres funciones en el

Salón de Honor; “Maravillas del Uni-

verso”, “El mundo que no conocemos”,

y las películas descriptivas “México”,

“Alaska”, “Hidrología”, “Desarrollo

del Aedes Aegyptus” y “Campos de

rulo”. Cada función iba acompañada

de una Sinfonía de Beethoven.

Además de los cursos, la escuela con-

templó diversas conferencias, asam-

bleas de estudio para abordar materias

pedagógicas, recitales artísticos, e in-

cluso se organizaron paseos de fin de

semana con precios reducidos a Car-

tagena, Quintero, Valparaíso y Viña

del Mar.

Amanda Labarca retrata el espíritu de

la primera experiencia en su informe

presentado ante el Consejo Univer-

sitario, señalando que “la labor de los

profesores merece todo elogio. No se