Table of Contents Table of Contents
Previous Page  43 / 68 Next Page
Information
Show Menu
Previous Page 43 / 68 Next Page
Page Background

ser constitucional y no democrático. Es en ese momento nece-

sario que la Carta Fundamental “consagre y resguarde adecua-

damente estos valores”, recuperando la lectura conservadora

del instrumento, pero disociado de su propia realidad: “pre-

servará la esencia democrática que ha caracterizado a nuestra

república”. Y sería salvífica, pues no se trataría de un “ensayo

teórico o ideológico más, sino una necesidad de supervivencia

como nación libre y como Estado soberano”.

Es necesario detenerse en el peso denso de tales afirmacio-

nes para la reflexión que propongo: el lugar del discurso

en la transformación de las estructuras simbólicas públicas

existentes sobre la política, las que hoy son parte de nues-

tras opiniones sobre una nueva Constitución. La que nos

rige resulta de este programa dictatorial que se instaló como

estructura de las nuevas prácticas y, finalmente, es nuestra

herencia inmaterial, pues su instalación fue sistémica y sis-

temática. Cada subtítulo de la “clase magistral” de Pinochet

es un mandamiento: resguardo de normas adecuadas y há-

bitos políticos sanos; la democracia como un medio, no un

fin; el sufragio universal como un elemento que no agota-

ría la expresión de la voluntad nacional; necesidad de una

democracia vigorosa para autoprotegerse (del marxismo);

resguardo de una seguridad amenazada por la subversión

y el terrorismo; defensa del progreso económico y social:

objetivo de la democracia; freno a la demagogia; rechazo al

libertinaje periodístico; tecnificación de las determinacio-

nes políticas; un Estado neutral en lo doctrinario.

Decir “normas adecuadas y hábitos políticos sanos” es un

ejemplo magistral de la persuasión convencida de su carác-

ter neutro. Ciega ante su carácter doctrinario, establece que

“nos encontramos aquí ante la necesidad de incentivar la

formación de una mentalidad distinta, en la cual la acción

política de la persona no esté sometida a la influencia de

intereses diferentes al bien común”. El carácter de manda-

miento de los asertos permite despojar a las palabras de su

peso teórico y filosófico. Los buenos hábitos, en comple-

mento, se entienden como una operación de erradicación

de las herramientas culturales que pudieran debilitar al ciu-

dadano al hacerlo deliberativo (sin filosofía, sin medios de

comunicación libres, sin educación cívica). El éxito de tal

operación se expresa hoy en la incapacidad de letrados y no

letrados para afirmar las diferencias que existen entre decir

bien común, lo público y los bienes públicos. Lo leemos

y escuchamos diariamente, en particular respecto de una

necesaria reforma al sistema educacional, el elegido para

instituir la nueva mentalidad.

Habían transcurrido 34 años de la Revolución de 1891

cuando se reclamó una nueva Constitución y se dio paso

a la de 1925; 48 años transcurrieron entre 1925 y 1973.

Hoy nos encontramos a 36 años de la promulgación de la

Constitución de 1980. No es un mal hábito político gene-

rar un debate sobre la legitimidad de la voluntad popular,

los derechos humanos como principios fundamentales del

pacto social y el veto al uso de la fuerza, sin miedo y con

confianza, pues el siglo XX ha muerto. Toda mentalidad

puede cambiar si se activa la capacidad de poblar nuestros

imaginarios de nuevos fundamentos, en el libre uso de

nuestra capacidad de deliberar y de hacernos responsables

de nuestras acciones en el mundo que hemos creado.

“Hoy nos encontramos a 36 años de la promulgación

de la

Constitución de 1980. No es un mal hábito político generar un debate

sobre la legitimidad de la voluntad popular, los derechos humanos

como principios fundamentales del pacto social y el veto al uso de la

fuerza, sin miedo y con confianza, pues el siglo XX ha muerto”.

P.41

P.P. / Nº1 2016