ser constitucional y no democrático. Es en ese momento nece-
sario que la Carta Fundamental “consagre y resguarde adecua-
damente estos valores”, recuperando la lectura conservadora
del instrumento, pero disociado de su propia realidad: “pre-
servará la esencia democrática que ha caracterizado a nuestra
república”. Y sería salvífica, pues no se trataría de un “ensayo
teórico o ideológico más, sino una necesidad de supervivencia
como nación libre y como Estado soberano”.
Es necesario detenerse en el peso denso de tales afirmacio-
nes para la reflexión que propongo: el lugar del discurso
en la transformación de las estructuras simbólicas públicas
existentes sobre la política, las que hoy son parte de nues-
tras opiniones sobre una nueva Constitución. La que nos
rige resulta de este programa dictatorial que se instaló como
estructura de las nuevas prácticas y, finalmente, es nuestra
herencia inmaterial, pues su instalación fue sistémica y sis-
temática. Cada subtítulo de la “clase magistral” de Pinochet
es un mandamiento: resguardo de normas adecuadas y há-
bitos políticos sanos; la democracia como un medio, no un
fin; el sufragio universal como un elemento que no agota-
ría la expresión de la voluntad nacional; necesidad de una
democracia vigorosa para autoprotegerse (del marxismo);
resguardo de una seguridad amenazada por la subversión
y el terrorismo; defensa del progreso económico y social:
objetivo de la democracia; freno a la demagogia; rechazo al
libertinaje periodístico; tecnificación de las determinacio-
nes políticas; un Estado neutral en lo doctrinario.
Decir “normas adecuadas y hábitos políticos sanos” es un
ejemplo magistral de la persuasión convencida de su carác-
ter neutro. Ciega ante su carácter doctrinario, establece que
“nos encontramos aquí ante la necesidad de incentivar la
formación de una mentalidad distinta, en la cual la acción
política de la persona no esté sometida a la influencia de
intereses diferentes al bien común”. El carácter de manda-
miento de los asertos permite despojar a las palabras de su
peso teórico y filosófico. Los buenos hábitos, en comple-
mento, se entienden como una operación de erradicación
de las herramientas culturales que pudieran debilitar al ciu-
dadano al hacerlo deliberativo (sin filosofía, sin medios de
comunicación libres, sin educación cívica). El éxito de tal
operación se expresa hoy en la incapacidad de letrados y no
letrados para afirmar las diferencias que existen entre decir
bien común, lo público y los bienes públicos. Lo leemos
y escuchamos diariamente, en particular respecto de una
necesaria reforma al sistema educacional, el elegido para
instituir la nueva mentalidad.
Habían transcurrido 34 años de la Revolución de 1891
cuando se reclamó una nueva Constitución y se dio paso
a la de 1925; 48 años transcurrieron entre 1925 y 1973.
Hoy nos encontramos a 36 años de la promulgación de la
Constitución de 1980. No es un mal hábito político gene-
rar un debate sobre la legitimidad de la voluntad popular,
los derechos humanos como principios fundamentales del
pacto social y el veto al uso de la fuerza, sin miedo y con
confianza, pues el siglo XX ha muerto. Toda mentalidad
puede cambiar si se activa la capacidad de poblar nuestros
imaginarios de nuevos fundamentos, en el libre uso de
nuestra capacidad de deliberar y de hacernos responsables
de nuestras acciones en el mundo que hemos creado.
“Hoy nos encontramos a 36 años de la promulgación
de la
Constitución de 1980. No es un mal hábito político generar un debate
sobre la legitimidad de la voluntad popular, los derechos humanos
como principios fundamentales del pacto social y el veto al uso de la
fuerza, sin miedo y con confianza, pues el siglo XX ha muerto”.
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P.P. / Nº1 2016