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El Paracaídas / Nº 8 junio 2015

por eso lamenta la in-

fluencia de los grupos

antivacunas cuando se

encuentra en consul-

ta con una pareja que

no inmuniza a sus hi-

jos recién nacidos. “Yo

creo que tendríamos que mostrarles fotos y estadísticas de

cómo morían los niños y adultos por estas enfermedades, de

las secuelas que les quedaban y así volver a crear conciencia.

La gente simplemente se olvidó de que estas enfermedades

existieron, es cierto que ya no nos atacan... pero vendrán

otras”, advierte.

A Avendaño le divierte ser invitado a exponer sobre el saram-

pión, como un arqueólogo que recita viejas leyendas a una

audiencia joven extasiada. “Me preguntan: ‘¿Doctor, cuándo

fue la última vez que vio un caso de difteria, tétano o parálisis

infantil?’, me preguntan: ‘Doctor, ¿cómo era?’. Les digo que

eran otros tiempos y que la carrera era lenta, pero exitosa gra-

cias al control de la sociedad. La viruela es el único virus que

se ha erradicado de la tierra gracias a la tecnología y esto se

logró con una vacuna que hoy en día jamás pasaría un control

de calidad”, agrega sobre los terribles efectos secundarios de

esas inyecciones.

A continuación, Avendaño pasa el dedo por un gráfico que

muestra una curva de mortalidad infantil en picada sobre el

eje de las campañas de vacunación. En Chile el último caso

fatal del virus de la viruela fue diagnosticado en 1951, dice

al pie de la lámina. Contrasta luego esas muestras con las

cascadas de muertes que sí provocan enfermedades para las

que no hay vacuna como el hantavirus, el VIH-SIDA o el

mal de Chagas.

Si bien las campañas han funcionado, nuestra legislación api-

la una serie de decretos de vacunación obligatoria para enfer-

medades inmunoprevenibles, dice, pero que termina siendo

algo opcional ante la capacidad de la autoridad por fiscalizar

a las personas que no se vacunan. La epidemióloga María Paz

Bertoglia, agrega a su vez un mea culpa institucional: “Los

médicos antivacunas deben ser contados con los dedos de

una mano. Pero cuando

aparece uno, los me-

dios les dan el espacio

que desean porque no

hay nada más novedoso

que un médico hablan-

do contra las vacunas.

Desgraciadamente eso tiene más pantalla que una aburrida

vacuna que cumple su trabajo”, se lamenta.

EL DEBATE TRAS EL PINCHAZO

En 1998 una influyente investigación del médico británico

Andrew Wakefield publicada en la prestigiosa revista médica

The Lancet concluía un directo vínculo entre la vacuna triva-

lente -utilizada contra el sarampión, la papera y la rubéola- y

el autismo. Como suele ser la exigencia de todo journal, las

investigaciones de Wakefield necesitaban ser replicadas por

otros colegas antes de dar por sentado sus resultados. En ese

proceso, recién 12 años después, se descubrió que los ante-

cedentes del trabajo del médico inglés eran un fraude y que

las muestras fueron alteradas para inducir una respuesta con

intereses económicos, ya que de probarse la tesis, Wakefield

recibiría parte de eventuales indemnizaciones contra las far-

macéuticas responsables. El estudio era desmentido y elimi-

nado de la bibliografía médica,Wakefield acusado de violar la

ética y despojado de su licencia para ejercer la profesión. Pero

mucha agua había pasado bajo el puente y el movimiento de

rechazo a las vacunas ya era una institución global.

La paradoja que preocupa al doctor Avendaño es que en su

mayoría, las personas que deciden no vacunar a sus hijos son

personas de estrato social medio alto, con formación universi-

taria en muchos casos y con buen acceso a la información. “No

me lo explico. No es gente ignorante, pero sin embargo siguen

esgrimiendo estos mismos estudios que han sido verificados

como fraudes”, plantea receloso del doble filo de las redes so-

ciales e internet como soporte del discurso antivacunas.

Amparado por los ecos de esas publicaciones, el corredor de pro-

piedades Enzo Vargas (39) no manda a su hijo Diego al colegio

cuando hay vacunación. A él sus padres tampoco lo expusieron

Diana Navarrete se pasa una mano por el brazo

izquierdo y se jacta de no tener la marca de la vacuna

BCG contra la tuberculosis, aunque sí las otras. Su

hijo de dos años tampoco ha sido vacunado desde

que nació por parto natural en la tina de la casa.