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Nº 6 abril 2015 / El Paracaídas
morirse”, lamenta el profesor Miguel Soto. La experiencia
le ha demostrado que en muchos casos donarse suele ser un
ahorro. Razón su"ciente para ceder el cuerpo, creen muchos
de los que integran el archivo de donantes. El simple y noble
gesto de ser útil después de la muerte, una necesidad de tras-
cendencia o una práctica re!exión en torno a no ser comida
de gusanos no son las únicas razones para entregarse a la do-
cencia anatómica.
-Llegó-, le dice con un gesto de urgencia la secretaria del Ins-
tituto de Anatomía al doctor Soto. Le extiende una hoja que
el doctor toma en sus manos como si fuera el santo sudario.
Se trata del formulario en que una madre entrega a su hijo
que falleció durante el parto en una clínica del sector oriente
de Santiago al programa de donación de cadáveres.
“Hay muchas motivaciones por las cuales las personas toman
una decisión como ésta. Todos son motivos que uno no tiene
por qué cuestionar. A algunas mamitas les produce una pro-
funda pena conocer al hijo que no alcanzó a vivir, otras veces
se da el caso de que no hay una pareja que apoye a la mujer
que vive esta pérdida o simplemente se trata de una familia
que no tiene dinero para costear un servicio fúnebre”, dice el
médico. “Muchas veces la decisión nace desde ellos mismos,
lo que rara vez ocurre es que alguien persuada a la familia de
donar un cuerpo”.
Dentro de las razones que Soto escucha toda vez que sus
donantes se reúnen en los homenajes en vida que la univer-
sidad realiza van desde quienes encuentran ino"cioso ir a
parar al cementerio al de
otras personas que sufren
de claustrofobia y pre"e-
ren terminar de espaldas
en el pabellón que den-
tro de un ataúd. También
otras aún más folclóricas.
“Un señor que asistió a
la ceremonia de gratitud
que hacemos acá, después
de un par de vinos de honor me reconoció que el verdadero
motivo por el cual donaba su cuerpo era que desde joven ha-
bía sido muy picado de la araña y hoy tenía varias “capillitas”
fuera de su matrimonio. Lo que él quería era que para su
muerte su esposa no se extrañara por la cantidad de mujeres
llorándolo encima del cajón. Uno debe pensar en ese deseo
de la persona en primer lugar. Somos un país religioso donde
el tema de la muerte pesa mucho. No somos europeos ni an-
glosajones para despreocuparnos sobre el destino de nuestro
cuerpo”, sintetiza.
En cualquiera de los casos, ser donante no priva a las familias
de velar a su ser querido. El valor del luto es un tema estu-
diado en medicina y algo que no se deja al azar. Cuando el
donante fallece, la familia informa al Instituto de Anatomía,
que pone en práctica el protocolo de recuperación del cuerpo
una vez que pasa el velorio y el llanto. Si es verano, se le hace
un mínimo proceso de conservación en la cavidad torácica
para que el calor no estropee el cuerpo.
El Instituto se encarga de contratar el transporte del cuerpo,
que por lo general viene incluido en el servicio funerario de
todo seguro de vida. Se evita en todo momento dejarle esa
responsabilidad a empresas funerarias que puedan lucrar en
medio de un proceso delicado. Incluso se han dado ocasiones
en que el mismo encargado del proyecto cubre con sus che-
ques el traslado del cuerpo luego del velatorio cuando no hay
seguros de por medio.
El per"l tradicional del donante solía ser el de una persona
mayor, ya curada de espanto y con esa extraña vocación del
bien colectivo. Eric González (64) se enteró de que al ser
diabético no podría ser donante de órganos así que optó por
entregarse completo una vez muerto. Se ríe con cierta cuota
de humor negro y agrega que lo más probable es que se vaya
donando por partes dada su condición. “Creo que la dona-
ción no es un gesto de generosidad ni algo para que a uno
lo canonicen. Es un acto de sentido común que deja algo en
vida para que la sociedad
avance, para que un cuer-
po limitado pueda seguir
generando acción des-
pués de muerto. Cuando
fui a donarme, me costó
llegar, pero es un trámite
simple que exige después
aclararle a todo el mundo
cuál es tu última volun-
tad, en este caso donarse
a los médicos y estudiantes. Yo se lo recomiendo a mis ami-
gos y familiares, sobre todo a los que están en las últimas”,
sigue riendo.
Al igual que el porteño Patricio Palma, González está en el
listado de cerca de 300 donantes en vida y en su momento se
encontró con esa falta de información que suele ser propia de
una generación menos dada a
googlear
sus necesidades.
El perfil tradicional del donante solía ser el de una
persona mayor, ya curada de espanto y con esa extraña
vocación del bien colectivo. Eric González se enteró de que
al ser diabético no podría ser donante de órganos así que
optó por entregarse completo una vez muerto.