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“Nuestro material y equipo tienen como misión mejorar la calidad de vida de

las personas. Por ejemplo, contamos con tejidos producto de las donaciones

que son utilizados para el entrenamiento de especialistas de cirugía plástica

para dominar la técnica del trasplante de cara”, dice el profesor Miguel Soto.

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El Paracaídas / Nº 6 abril 2015

te esta opción y se naturaliza un tema

como la muerte o la donación de órga-

nos y cadáveres con charlas y material

publicado en hospitales y clínicas.

A Palma le extraña que en Chile los

medios tomen el tema como anécdota

o con un sentido tétrico. A su juicio no

se orienta debidamente sobre el pro-

cedimiento para legar su persona a la

ciencia y esa búsqueda le ha hecho per-

der varias mañanas de jubilado. “Me

dicen que el documento cuesta 2.500

pesos, pero no me escuchan, creen que

quiero donar los órganos o simple-

mente se encogen de hombros cuando

les explico lo que necesito. Hasta me

han mandado a la morgue”, reclama.

Lo cierto es que el sistema para do-

narse a la ciencia es bastante expedito,

pero exige tener las cosas claras. Al año,

entre 30 y 40 personas declaran sus in-

tenciones de donarse a la ciencia. Pero

en la práctica son menos los que llegan.

El profesor Miguel Soto explica que

la mayoría de las universidades recibe

cuerpos para investigación en sus ca-

rreras de la salud.

Pero en el caso del programa de la Uni-

versidad de Chile, el uso de ese mate-

rial cadavérico donado trasciende a la

institución. “Nuestro material y equipo

tienen como misión mejorar la calidad

de vida de las personas. Por ejemplo,

contamos con tejidos producto de las

donaciones que son utilizados para el

entrenamiento de especialistas de ci-

rugía plástica para dominar la técnica

del trasplante de cara. La importancia

de una institucionalización de la dona-

ción es clave para estandarizar técnicas

como estas que no se han hecho nun-

ca”, dice sobre la inusual materia prima.

A unos metros, como si fuera un zapa-

tero, un docente se encorva sobre una

pierna humana y separa capa a capa

las secciones del empeine. La pieza

yace sobre una bandeja metálica y un

colchón de gasas donde agujas y sutu-

ras sostienen las super"cies como una

carpa a medio levantar. El an"trión del

paseo con olor a formalina indica que

el concentrado profesional es un médi-

co voluntario que dona también par-

te de su tiempo para que los alumnos

puedan llevar adelante sus prácticas

más adelante.

Otras casas de estudio priorizan una

perspectiva valórica o económica y

utilizan modernos softwares, répli-

cas o encargan sus piezas de estudio

al extranjero dada la complejidad de

contar con un programa de donan-

tes y conservación de cadáveres. “Son

programas espectaculares donde usas

tecnología de última generación para

ver cómo es el encéfalo, sacarle la cor-

teza, ver sus núcleos en detalle, girar-

lo y verlo en una animación 3D, pero

cuando pones un cerebro real sobre la

mesa, ahí está toda la anatomía. Ese es

todo el tema y se acabó la pelea”, com-

para Soto mientras recorre una galería

de congeladoras donde se mantienen

diversas amputaciones de pacientes

diabéticos que han donado sus partes.

Completa el laberinto del lugar una

galería de formas humanas que duer-

me bajo sábanas verde petróleo como

una pesadilla adolescente de terror.

Pero viendo más allá de las sábanas, el

profesor recuerda a quien desee escu-

char que cada cuerpo tuvo un nombre

y una ocupación. No sólo en vida, sino

también en el pabellón de clase: el pro-

fesor Esteban, la abuelita Norma o la

familia Correa que se ha donado ya

durante tres generaciones.

El eco del doctor se corta por una cita

de colegio. Un curso biólogo de cuar-

to medio realiza una visita guiada que

acabará en el legendario Museo de

Anatomía del edi"cio. El profesor va-

lora el silencio y contrición de los chi-