Palabra Pública - N°13 2019 - Universidad de Chile

En ese entonces, se hacía por primera vez un taller en la Sociedad de Escritores de Chile (SECH) dirigido por el poeta Jaime Quezada, con alrededor de 50 alum- nos. Intuyo que los que asistían lo hacían más que nada por el deseo de hablar, de verse con otros. Lo cierto es que a la SECH sólo iban los que mantenían el deseo vivo de defender ese lugar a como diera lugar. Los tallerinos apenas nos mirábamos. Jaime Que- zada, con su voz grave, le daba un aura mística, y su compañero, el poeta Floridor Pérez, ampliaba los decires poéticos desde su visión literaria. Se forma- ron grupos y revistas como Al Margen, La Castaña, La Gota Pura ; y por nuestra parte, junto a Pía Barros y Liliana Trevizán, hicimos la primera hoja feminista denominada Nos-Otras , en respuesta al tufillo mascu- lino que se respiraba en la incipiente urdimbre litera- ria de la SECH. Se multiplicaban los grupos de escri- tores que llegaban a guarecerse, arrancando de alguna persecución política, y fue en este espacio clandestino que lograron armar una narrativa, visitados por Enri- que Lihn, Nicanor Parra, Jorge Teillier y Estela Díaz Varín, la única mujer. En esa maraña, junto a Jordi Lloret, Lemebel fue parte del Colectivo de Escritores Jóvenes (CEJ), que organizó el Primer Congreso de Escritores y Escritoras en el insilio chileno, y en cuyo directorio estaban Diego Muñoz, Aristóteles España, Ramón Díaz Etérovic y yo. Pedro Lemebel y Mirna Uribe, poeta inédita, eran par- te de este movimiento disidente: llegaban en silencio y participaban casi sin inmiscuirse, manteniendo cierta lejanía. Lemebel era un Nosferatu, una figura expre- sionista: vestía de negro, llevaba el rostro pintado de blanco y unos ojos delineados con manchas oscuras. Uno de esos días, después de la lectura de mi poema “Concholepas, Concholepas”, Pedro dijo que le había llamado la atención mi texto, que se acerca- ba a la prosa y contaba una historia de tortura con un molusco, el loco chileno. “Ese lenguaje tuyo son puras palabras”, comentó. “Bueno —le dije—, es lo que hay: dejo que la lengua salga con ímpetu”. Desde ese mo- mento, nos vimos como novios todos los días, y en ese entorno duro y rizomático, vivimos juntos persecucio- nes y nos morimos de miedo frente a la presencia de la agente Mariana Callejas en la SECH. Siempre iba a tomarse unas copas y nosotros, que la conocíamos, la observábamos tanto como ella a nosotros. “Pedro inauguró un estilo literario crítico, mordaz y audaz en el lenguaje, combinando novedosas estructuras a partir de lo coloquial y del reencuentro con las raíces profundas del habla popular. Su estética colorida y brillosa lucían como un barniz recién pintado”. 30

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