Palabra Pública - N°11 2018 - Universidad de Chile

movimiento estudiantil no se manifieste cuando ha sido el mismo Estado el que ha debido reconocer que sus políticas públicas de financiamiento a la educación han fracasado. O también cuando a pesar de las movilizaciones feministas de larga data que impugnan al sistema patriarcal o la falta de demo- cracia que sobrevive en el pacto neoliberal, se nos insista en que nuestra movilización se limita a un “carácter cultural”, diluyendo la crítica que miles de compañeras levantamos a la estructura desigual y se- xista del modelo chileno. Junto con lo mencionado anteriormente, quizás uno de los elementos más graves que existen dentro del tibio proyecto de la transición es la supresión de la memoria del espacio público, dado que recordar a quienes dieron su vida defendiendo conquistas históricas de compañeros y compañeras resulta ser una amenaza al orden democrático de lo posible. Lo que se recuerda es “lo ideológico”, “lo resentido”, “lo que carece de futuro” o “lo que impide avanzar”. Mientras tanto, se convive cotidianamente con la impunidad: se relativiza la responsabilidad de quie- nes han sido partícipes y cómplices en la violación de derechos humanos, quienes, es más, hoy gozan de una impunidad evidente cuando son muchos de ellos los que participan dentro de la misma política que los admite ciegamente. 3. A pesar de que la forma que ha tenido la tran- sición para referirse a los movimientos sociales es aislándolos, coaptándolos, reprimiéndolos o desco- nociéndolos, hemos sido la anomalía que impide el cierre de la política “desde arriba”. Hemos sido el permanente recordatorio de que en este país existirá la desigualdad de derechos mientras exista la distri- bución desigual de poder que consolidó el pacto de la transición. En definitiva, hemos sido los movimientos sociales quienes hemos reivindicado la organización para poder irrumpir en la política y hacer que nuestras demandas no sólo sean escuchadas sino que también sean respaldadas por millones de chilenos y chilenas que aún esperan los cambios prometidos por la tran- sición. Hemos sido sangre nueva de viejas luchas que en su momento dieron miles de compañeros y compañeras, quienes no dudaron en defender con su vida nuestros derechos sociales, los mismos que la dictadura nos arrebató y privatizó, y que la transi- ción fue incapaz de devolvernos. Esta es la fuerza que nos ha mantenido en las calles durante más de 10 años, fuerza que ha sido demo- cratizadora para todos y todas. El movimiento estu- diantil del que muchos compañeros y compañeras formamos parte fue un recordatorio para muchos que daban al mundo social por dormido y satisfecho, pero que nos muestra una vez más que la transición no es ese palacio de marfil que nos pintan gobiernos y administraciones para mantener el orden públi- co. Fue también la reciente movilización feminista de este año la que nos interpeló directamente como país al impugnar no sólo los niveles de violencia se- xual que ocurren dentro de nuestras universidades, temas más sensibles y urgentes para la sociedad, sino también la estructura sexista de la educación chilena y los niveles de desigualdad social, económica y de género que ésta promueve. Hace 45 años, compañeros y compañeras que hoy ya no están presentes nos demostraron que la única forma de revertir el sentido de la política que sólo fue posible instaurar con dictadura es escuchando a las grandes mayorías de este país. La transición, si bien logra desplazar a las Fuerzas Armadas del gobierno, no ha sido capaz de estar a la altura de aquellas luchas, les ha dado la espalda. Hemos sido nosotros quienes asumimos el desafío de recoger esta bandera democrática y emancipadora, y luchar por una vida más digna, justa y libre, para que sea la misma sociedad la que decida su destino. “La forma en que se construye ‘lo posible’ desde los distintos gobiernos de la transición jamás ha ido en dirección de los movimientos sociales”. P.68 P.P. / Nº11 2018 / Dossier

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