Mapuche Nütram

46 MAPUCHE NÜTRAM HISTORIAS Y VOCES DE EDUCADORES TRADICIONALES “Yo lloro por tu papá”, le dijo ella. Y ahí frente al fogón le contó que a su esposo se lo llevó una yunta de bueyes, que resbaló, con madera y todo hacia lo profundo de la cascada. Su hijo mayor le tuvo que explicar a la madre, que no hablaba ninguna palabra de castellano, que Ignacio no volvería a la casa. Y ese trágico e inesperado hecho marcó la vida de Adela, pues, al cabo de poco tiempo, cuando ella tenía ocho años de edad, debió abandonar para siempre la casa materna. Eran demasiados hermanos y el dinero no alcanzaba. Partió a Villarrica, a una casa ajena, a cuidar tres niñas, casi tan pequeñas como ella. “¿Qué edad tenían? Eran chiquititas, ya ni me acuerdo... Yo era tan chica que jugaba todo el rato, hacía aseo por parte; la señora terminaba ella haciendo aseo de tanto que jugábamos con las niñitas”. A los 13 años, la recomendaron para una casa en Santiago y junto con conocer la capital, dejó de hablar el mapuzugun que la había acompañado desde que nació. Allí cuidó una guagüita, “casi ni me la podía”, y conoció la capital con la señora. “Ganaba sesenta pesos al mes, era mucha plata, y me pagaron treinta mil pesos cuando llegué, casi me fui de espalda, iba a comprar a Tricot ahí con la señora Julia, yo conocí Santiago con ella. Me llevó a Puente Alto, me hizo conocer el cerro, la Estación Central, la Alameda, que era de puros álamos, que florecían y se ponían amarillitos por ahí por abril, era emocionante, y el cerro Huelén, que se llama Santa Lucía ahora, que era pura roca, piedra, daba miedo, nadie llegaba arriba, uno iba, pero por abajito no más”. Allí también fue donde conoció a Pedro Inaipil Cheuquemil, su futuro esposo, el amor de su vida, el padre de sus hijos y el hombre que la acercaría de nuevo a sus raíces. Era un jueves y ella andaba de día libre, paseando por el centro, cuando un joven comenzó a seguirla. “Nunca se me va olvidar. Me siguió toda la Plaza de Armas, y de tanto yo me paré, pensé que me iba a asaltar, fue un susto tan grande que pasé, y le paré el carro: ‘y usted por qué me sigue tanto, yo voy a llamar a los carabineros’, le dije. Y me dijo: ‘No haga eso. Solo quiero conversar, yo quiero ser tu amigo, yo no te voy a hacer nada malo’”. Y le ofreció un mote con huesillo. “Cuando me sirvió el mote con huesillo le tomé confianza, porque me respetó”. Después, Pedro la fue a dejar a su casa en el tranvía que iba por Irarrázaval y antes de despedirse, le preguntó: “¿Cuándo va a salir de nuevo?”. Ella estaba por cumplir los 18 años. Él acababa de salir del servicio militar.

RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=