Mapuche Nütram

38 MAPUCHE NÜTRAM HISTORIAS Y VOCES DE EDUCADORES TRADICIONALES La vida transcurría lenta en el sur y recién se estaba recuperando cuando en 2014 lo llamaron desde Santiago para averiguar si quería ser parte de un proyecto que involucraba talleres de interculturalidad. “Si sirvo, pónganme en la nómina”, dijo inmediatamente Luis, con más ganas que ideas claras sobre lo que tendría que hacer. La llamada lo tomó por sorpresa, pues no tenía experiencia, aunque sí la ventaja de hablar correctamente y tener mucho conocimiento sobre el idioma. Aunque nunca se había desempeñado como profesor, sentía una deuda con sus raíces en la segunda oportunidad que la vida le ponía por delante: “Me incluyeron porque yo soy hablante desde pequeño y lo otro es que nunca me he olvidado de mi lengua. En alguna medida tenía que ser un aporte yo, como mapuche, porque siempre que uno conversa le dicen ‘usted sabe tantas cosas, podría trasmitirlas, enseñarlas, reunir gente, hacer cursos y todo eso’, y yo tampoco podía quedarme con eso”. Su primer taller lo dictó en la ruca de Macul, en Santiago, ubicada en la intersección de las avenidas Quilín y Marathon, y tuvo a su cargo veinticinco personas. Dieciocho lograron aprobar el taller, una cifra muy exitosa, sobre todo considerando las dificultades de Luis Levio para realizar el taller: en ese tiempo todavía vivía en Lautaro y llegaba a Santiago todos los jueves y se iba de vuelta todos los sábado. Sin embargo, el impacto que causó fue profundo. Tanto, que le ofrecieron rendir las pruebas en el Ministerio de Educación para acreditarse como educador tradicional. Lo hizo a fines de 2014 y en marzo de 2015 ya tenía propuestas de colegios donde podría enseñar en Santiago, ciudad a la que se trasladó definitivamente con su esposa. El desafío era enorme: sin haber tenido experiencia formal como docente, desde ese momento tendría que entrar a un sistema de enseñanza estructurado, donde tendría que trabajar en la planificación de su trabajo y velar por el aprendizaje de niños de menos de diez años. Pero en ese momento recordó su infancia, recordó a su mamá, que es “su tesoro y de donde yo puedo sacar las palabras más antiguas en mapuzugun”, y supo instintivamente que tenía que enseñar igual como había aprendido la lengua en su infancia: “escuchando, oyendo las conversaciones de los antiguos, de mi abuelo, abuela, mis papás. Porque a nosotros no nos sientan nunca para enseñarnos hablar, nosotros aprendemos escuchando de ellos; típico que los niños cuando escuchan una conversación y se ponen a jugar, hacen las mismas conversaciones. Jamás necesitamos que alguien se pusieran delante de una pizarra, nada”.

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