Palabra Pública N°18 2020 - Universidad de Chile

Pero este vecino no era el único que estaba tras ese trámite. Decenas de hombres y mujeres hacían largas fi- las esa mañana fría y lluviosa de invierno y pandemia. La situación, luego de más de cuatro meses de encierro obligado, de pérdida de empleos, de ausencia de políticas de ayuda oportuna a millones de ciudadanos, tornaba insostenible cualquier espera. Por ello, la escena protagonizada por Sergio Bordillo no sólo era desesperada, sino que contenía toda la an- gustia que encerraba el lugar. Se puso de rodillas y, a viva voz, con las manos en alto, le rogó a la funcionaria que pasaba por su lado que por favor lo atendieran porque en su familia estaban todos cesantes y esa clave única le abría las puertas a una ayuda que resultaba vital. La humillación de este vecino de Colina, quien expu- so su drama ante todo el país, era similar a la que segura- mente sintieron muchos hombres y mujeres que abrían las puertas de sus casas para recibir las cajas de alimentos básicos que entregaba el gobierno, pero a quienes nadie les había advertido que junto a las cajas esperaba más de alguna autoridad de turno, con cámaras y flashes, trans- formando un derecho, una ayuda estatal para las per- sonas que en momentos de catástrofes requieren apoyo para sobrevivir, en un gesto de limosna ejecutado arbi- traria y mediáticamente por quienes detentan el poder. Quizás advirtiendo esta realidad, cientos de mujeres han asumido en sus barrios y poblaciones que las ollas comunes no sólo son una repuesta ante la necesidad y pobreza frente a la crisis sanitaria, social y económica que vive actualmente el país, sino que además son una expresión de organización, solidaridad y resistencia. Muchas de ellas poseen una memoria social frente a contextos adversos, como los de inicios de la década de los años 80, cuando en plena dictadura la miseria y el desam- paro golpeaban los hogares de los más pobres con empleos precarios ofrecidos en programas estatales como el PEM y POJH, creados por el régimen para mitigar la miseria. Con un desempleo del 23% en 1982 y de 31,3% en 1983, ese año sería clave en tanto marcaba la primera protesta nacional contra el régimen y su modelo. De las ollas comunes de ese tiempo a las que surgen hoy en distintos sectores de Santiago y del país hay casi cuatro décadas de distancia. En ellas se ha ido conso- lidando no sólo un modelo de desarrollo y una forma de crecimiento, sino también una manera de mirar, de analizar, de sentir el devenir de un país, en un consenso que ha sido compartido transversalmente por décadas. Ese acuerdo sobre el modelo económico que va más allá de las sensibilidades políticas, porque cruza a toda la élite, de gobierno y de oposición, hoy nuevamente ha sido puesto en jaque. Porque ante la magnitud de la cri- sis, ahora está siendo confrontado por una opinión pú- blica que en más de 80% está dispuesta a sacar el 10% de sus ahorros previsionales para sobrevivir en un momento en que las ayudas estatales resultan escasas o tardías ante la profundidad de la catástrofe. Es decir, una mayoría de chilenos y chilenas que no son parte de ese acuerdo, porque nunca fueron consulta- dos, están interpelando a esa élite que se niega a escuchar. Esto es tan grave como las vidas, demasiadas vidas, que ha cobrado la pandemia. Porque no sólo corrobora la disociación de esa élite que define los destinos del país sin escucharlo, sino que reitera lo que el vecino de Coli- na pensó cuando se arrodilló frente a una representante del Estado –que debe protegerlo– clamando por un nú- mero de atención o lo que las mujeres que están tras las ollas comunes intuyen desde hace décadas. Porque sin preguntarse y sin manifestar interés en la legitimidad política y social de sus decisiones, esa éli- te pareciera no estar dispuesta al cambio. Entonces, la promesa de un pacto social es sólo promesa, y no basta con historias como la de Daniel Blake, en la ficción de Loach, o la de Mohamed Bouaziz, cuya inmolación dio origen a la revuelta árabe. Pese al horror del presente de pandemia y su secuela de vidas destrozadas y de muertes, instalar la mirada en octu- bre con su promesa de plebiscito y de debate constituyente adquiere una urgencia política e institucional dramática. Porque, como dice Neruda, aunque muchos esperen cortar todas las flores, no podrán detener la primavera. 5

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