Palabra Pública N°18 2020 - Universidad de Chile

Dicen que siempre hay dos caras de la moneda y que siempre una crisis trae consigo una oportunidad. Autogestionadas, sin colores políticos y con mucho corazón, las ollas comunes vuelven a aparecer en Chile para combatir el hambre en medio de la pandemia, al igual que hace más de 30 años, durante la dictadura. Ellas son hoy el reflejo de un país más pobre de lo que hubiéramos querido creer y al mismo tiempo son ejemplo de la lucha de un pueblo que, unido, es capaz de organizarse por sí solo en la adversidad de su propia historia. POR DENISSE ESPINOZA A. E se 18 de mayo otra olla a presión explotó. Venía bullendo hace tiempo, vacía de alimentos, pero llena de necesidades, impotencia y desesperación. Fue en la comuna de El Bosque donde el brutal escenario quedó al descubierto, donde decenas de pobladores decidieron romper la cuarentena que el gobier- no había decretado para salir con mascarillas y palos a gritar simplemente: ¡hambre! Fuerzas Especiales llegó a contener la protesta, a intentar acallar la furia de los pobladores, pero el mensaje ya había sido entregado. Tras las medidas de cuaren- tena obligatoria y el creciente desempleo, ya se instalaba una pandemia aún peor: la de la cesantía y falta de alimentos. Así, luego de casi tres meses de confinamiento, las mis- mas multitudes que golpearon con cucharas de palo ollas y sartenes como instrumentos sonoros de protesta, hoy las sacan para darles de comer al pueblo. A lo largo de todo Chile son los propios vecinos de las poblaciones vulnera- bles quienes se organizan para compartir un plato de comi- da caliente que les permita seguir viviendo con dignidad. Según una encuesta del Centro de Microdatos de la Facul- tad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile, el desempleo marca un 15,6% en Santiago, la peor cifra en 35 años; y de acuerdo al INE, un 11,2% a nivel nacional en el último trimestre. La ecuación es simple y desoladora: el virus trajo la cuarentena, la cuarentena trajo cesantía y la cesantía trajo hambre. Así, como dos curvas paralelas en ascenso, se multiplican también los casos de contagiados (sobre los 300 mil) y fallecidos confirmados por Covid-19 (7.057, según cifras del DEIS). Frente a esto, el pueblo se organiza en una estrategia de resistencia y solidaridad que sólo se había visto con esta intensidad en los años 80, en plena dictadura y crisis eco- nómica. El flashback a esa época es inquietante y deja en el aire la pregunta: ¿qué tan cierto es que Chile ha superado la pobreza en estos 33 años de posdictadura? “Tengo 57 años, soy diabética crónica, insulinodepen- diente, podría en este momento estar en mi casa, hacien- do mis cosas, viviendo mi mundo, pero así me enfermaría más. Prefiero estar afuera, ayudando a mi vecino y lo hago de corazón. El Bosque va a salir adelante, vamos a salir vic- toriosos y el gobierno va a tener que darse cuenta de que hay mucha necesidad, nadie mira el bolsillo del pueblo”, dice María Valderas, vecina de El Bosque, de la calle Las Pataguas, quien trabaja de lunes a sábado en una olla co- mún que entrega 360 colaciones al día. Debido a la pande- mia y para evitar al máximo el contacto físico, levantaron un sistema de delivery, que permite a los vecinos que están inscritos recibir su almuerzo en casa. Además, los 30 tra- bajadores, entre cocineros, asistentes y repartidores, están equipados con guantes, mascarillas y mallas para el pelo. “Nos levantamos a las 8.30 de la mañana a poner agua a hervir y empezar a cocinar, hay vecinos que se llevan a su 9

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