Palabra Pública - N°12 2018 - Universidad de Chile

de militancias, o en calidad de simpatizan- tes en partidos como el socialista, comu- nista y particularmente el Partido Radical. Tanto así que en la década del ‘30 un pas- tor de la iglesia Wesleyana se transformó en uno de los fundadores del partido so- cialista en Coronel y Lota, una zona de fuerte raigambre cristiana y con una larga tradición de izquierda interrumpida en las últimas elecciones. Visibilizar sus posturas a través de alian- zas fue una estrategia de grupos minorita- rios que tuvo su apogeo en los gobiernos radicales, alcanzando incluso cargos de relevancia política como alcaldes, gober- nadores y regidores, hasta que el partido, influenciado por la masonería, toma la bandera de lucha del laicismo, relegando a segundo plano su relación con algunas corrientes evangélicas. De ahí en más, hasta antes de la década de los ‘70, según la historiadora Evgenia Fediakova, las iglesias pentecostales gene- raron una subcultura cerrada y apartada del contexto nacional, ajena a los apeti- tos mundanos y distanciada de cualquier actividad política, social o sindical. Una encuesta realizada en diversas iglesias pen- tecostales realizada a fines del año 1971 daba cuenta de que el 82% de los fieles consideraba que un evangélico no debía “meterse en cuestiones de política”. El contexto del país durante el gobierno de la Unidad Popular hizo que esta corriente tomara con cierta ambigüedad los precep- tos de la revolución socialista. Mientras para algunos el gobierno de Allende re- presentaba una defensa a los más débiles y marginados, para otros su discurso “ateís- ta” era contrario a los valores cristianos. La situación se agudizó tras el golpe mili- tar, a partir de la “Declaración de la Iglesia Evangélica Chilena”, leída el 13 de diciem- bre de 1974 en el edificio Diego Portales, dos días antes de la inauguración de la Iglesia Metodista Pentecostal de Jotabe- che, donde 32 dirigentes cristianos, en un acto de apoyo convocado por el Consejo de Pastores, reconocieron a Pinochet como una suerte de libertador. “La respuesta de Dios a la oración de todos los creyentes que ven en el marxismo la fuerza satánica de las tinieblas en su máxima expresión”, se lee en el documento publicado en varios medios de comunicación. “La mala relación de la Junta con el cato- licismo, liderado por Silva Henríquez, trae consigo un distanciamiento entre estos dos poderes. Ahí comienzan las primeras tratati- vas de acercamiento entre este mundo evan- gélico que buscaba visibilización en la socie- dad chilena y, por otro lado, la legitimación que buscaba Pinochet desde el mundo cris- tiano”, explica Luis Bahamondes. Un contrapeso a esta tendencia es la irrup- ción de la Confraternidad Cristiana de Iglesias, que en el año 1982 comienza a cuestionar no sólo al Consejo de Pastores, sino también el desempeño económico y los efectos de la violencia política en dicta- dura. Esto desmitifica la creencia popular, difundida a través de los medios de comu- nicación durante el régimen militar, de que el mundo evangélico en su conjunto respaldó a Pinochet. Con el arribo de la democracia y su poste- rior crisis de sentido, el rol político de las comunidades evangélicas renace con nue- va fuerza. Cuando la amenaza se vislumbra en el horizonte, impulsada por la agenda valórica del segundo gobierno de Bache- let, las huestes cristianas irrumpen con un fuerte germen de militancia. David Hor- machea, el pastor chileno más influyente en el mundo de habla hispana, resume el sentimiento que ha hecho confluir mira- das en un sector más bien heterogéneo. Lo llama “el renacer del gigante dormido”. Nuevas camadas Si bien en el país no existe una presencia masiva de miembros de la Iglesia evangéli- ca en el plano institucional, ya sea a nivel comunal o parlamentario, su irrupción en la agenda pública ha sido notoria. Aun- que no parezca novedoso que los temas de género y de moralidad sexual sean sus referentes de disputa -matrimonio homo- sexual, aborto e identidad de género-, lo llamativo es la manera en que se han unido en torno a lo que se vislumbra como una amenaza latente. El argumento de fondo parece ser la preservación de un orden Para el diputado evangélico Eduardo Durán Salinas (RN), el trabajo social de la iglesia, a través del apoyo a los marginados y los pobres, ha derivado en que las nuevas generaciones de fieles con mayor preparación y estudios quieran “participar profesionalmente desde lo civil y lo público aportando al país”. P.22 P.P. / Nº12 2018

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