Palabra Pública - N°11 2018 - Universidad de Chile

dinero. En ese trance, todos quienes habían participa- do de la larga y extenuante resistencia a la dictadura desde los márgenes, aquellos sin los vínculos políticos apropiados ni la pertenencia social adecuada, queda- ron fuera de las conmemoraciones. Sigilosamente, el 5 de octubre dejó de ser la culminación del trabajo persistente de un enorme número de organizaciones sociales, vecinales, estudiantiles, sindicales que desde los ‘80 salieron a las calles a protestar y se congrega- ban a resistir el avance de un modelo instalado por la fuerza. Ese paisaje resultaba inapropiado, tal vez gris, tal vez un retrato demasiado oscuro para los efectos de una década marcada por la prosperidad económi- ca que necesitaba señales de entusiasmo. Los viejos sinsabores debían esconderse bajo la alfombra. En adelante, para muchos opositores a la dictadura el 5 de octubre fue cobrando un significado ambivalente: no sólo era el inicio del fin de la dictadura, sino tam- bién la clausura a la propia idea de democracia que habían imaginado cuando salían a las calles a gritar contra los abusos del régimen. Lo que vendría era di- ferente a lo que pensaron. En el nuevo plan ellos no estaban contemplados. A muchos de ellos los conocí, primero como estudiantes en la Universidad de Chile a principio de los años ‘90 y luego mientras preparaba mi primer libro sobre los ‘80. Hombres y mujeres de mediana edad que celebraron el triunfo del No, pero que a la vuelta de los años se encontraron a sí mismos como en un país que les resultaba extranjero, hablan- do una lengua muerta que ya nadie se entusiasma- ba por compartir. Desaparecieron grupos y lugares, viejas costumbres fueron dejadas de lado, los ritos de solidaridad cayeron en desuso. “Desmovilización” es el nombre técnico de un proceso que desangró las pasiones y puso límites a un ancho mundo que en adelante debió aprender a conformarse. Durante los primeros años de democracia, el eco de la bota militar aún se sentía fuerte. El boinazo no fue un espejismo proyectado por un gobierno timo- rato, sino una demostración de fuerza atemorizante que advertía la existencia de un campo minado al- rededor. ¿Cuál era el costo de mantener las bravatas bajo control? ¿Cuántos silencios debieron pactarse? ¿Cuál fue el costo real de la tranquilidad que imperó durante los primeros años? Huimos hacia adelante todo lo que pudimos, nos encumbramos en las cifras de crecimiento y nos aco- modamos en la inflación bajo control que aligeraba “Este año se deberían celebrar 30 años de una gesta colectiva. Sin embargo, la celebración acabó en el mesón de un grupo de dirigentes políticos que decidiría quien sí y quién no podía conmemorar la fecha como propia. Es lugar de abrirla como un símbolo hacia el futuro, de convocar a las nuevas generaciones, actuaron como guardias de aduana mezquinos y suspicaces”. P.59 Dossier / Nº11 2018 / P.P.

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