Palabra Pública - N°11 2018 - Universidad de Chile

P.27 Nº11 2018 / P.P. Él trabajó en El Siglo más adelante. Lle- gó hasta segundo año en la escuela, pero después daba conferencias en las univer- sidades; fue riguroso con su formación, tenía una responsabilidad ante el partido. Teníamos una línea: organizar gente, dar charlas, salir a pintar a las calles para las elecciones, en brigadas; hacíamos el en- grudo en tarros parafineros para pegar propaganda. En esos tiempos, la juven- tud salía a hacer propaganda, ahora no; hoy son otros tiempos, otras formas. Fue un bonito tiempo ése, de mucha unión y alegría. Con Manuel tuvimos seis hijos… Me emociono cuando hablo de Manuel”. “Para la gente del pueblo” “Los capitalistas no ponen el capital al servicio de los jóvenes, para que los jóve- nes se superen. Sólo los explotan más para pagarles menos”, dice Ana con la convic- ción que la caracteriza. La misma que la hizo votar siempre por Salvador Allende, a quien conoció en el matrimonio de Fran- cia Palestro, en una casa grande, de patios amplios. “Fuimos invitados por mis ve- cinos, militantes socialistas, con los que siempre nos llevábamos bien, pese a que había una discordia entre los partidos. A ese casamiento llegó Allende. Imagina lo que era eso. Organizamos una fila para saludar al presidente recién asumido. En eso estábamos cuando me doy cuenta de que Allende saluda y saluda, pero quizás porque tenía tantos dirigentes detrás que le hablaban, ya no miraba a quien tenía al frente. Bueno, en eso llega mi turno y él me estrecha la mano, pero miraba para atrás, pero yo no le doy la mía. Entonces, siente que no le dan la mano y se da vuelta y ahí me miró. Es ahí cuando lo miro y le digo ‘sabe, señor presidente, cuando me dan la mano me gusta que me miren a los ojos’. Y así fue”, recuerda. Luego vino el golpe de Estado, ese día en que todo se vino abajo, porque “él no tuvo apoyo cuando fue presidente; quedó muy solo, sólo los comunistas le respondieron. Fue muy duro ese día y los que siguieron”. Ana nunca quiso irse de Chile, no quisieron. Horas antes de que estallara su propia tragedia, el 29 de abril de 1976, Ana hacía un volante para repartir el primero de mayo. “Pucha que escribes bonito, me dijo Manuel”, recuerda ahora sobre una de las últimas frases que a veces destellan en los recuer- dos de terror en aquellos años, antes de dar paso al vacío y la lucha, sin Manuel, sin dos de sus hijos, sin una de sus nue- ras y sin el nieto que esperaba. “Un día entré al puerto de los recuerdos, abrí el polvoriento y viejo baúl, entre maravilla- da y asombrada, cual garugas en el cielo, vi cómo volaban páginas y páginas (…). Así parí este libro que más o menos es la vida misma”, lee Ana al repasar fragmen- tos de las cientos de páginas que a mano escribió durante años. Dice que le queda “hilo para rato”, mien- tras observa el retrato de Manuel frente a su cama, el de sus hijos desaparecidos. “Yo envejecí, mi viejo no; los míos no enveje- cieron, sólo yo envejecí”. El libro, subraya, “es para la gente del pue- blo, porque porfiadamente sigo viviendo; soy una mujer cautiva por el amor por su pueblo” y lo seguirá siendo mientras bus- que un Chile más humano y encuentre a los suyos, porque “hay que buscar para no perder la esperanza, aunque sea entre no- sotros, entre encuentros sencillos” como aquellos de los tiempos de la chaya. “Veo hoy –advierte- que los partidos populares han perdido, pero siempre habrá gente comprometida y con nue- vas maneras de lucha, aunando gente; no hay que olvidar que los partidos de la burguesía nunca van a ser de izquierda. Por eso creo que Allende fue muy ade- lantado; faltaba tiempo”. El 28 de enero de 2004, Ana escribió “Carta de Ana González a Juan Emilio Cheyre”, a quien le decía: “Yo sufro por los mágicos y soñadores 21 años de mi nuera Nalvia, embarazada de tres meses, por mis hijos Luis Emilio y Mañungo, y por mi esposo Manuel. Todos ellos fue- ron detenidos y ocultados en el fondo de la tierra. Pero yo no sufro sólo por mi do- lor de ausencia, muero un poco cada día al pensar lo que mis amados sufrieron, en la más completa indefensión (…). Apelo a su honor militar, a su conciencia, a su amor por la institución. Los porfiados hechos lo llevan a un único camino: la impunidad no puede ser el epílogo de esta tragedia nacional. Sólo entonces, sólo entonces, habrá un nunca más, como usted y yo lo deseamos…”. Ana espera buenos vientos para octubre mientras mira una imagen del mural que Coas Chile le acaba de dedicar, a pocos días de que la Corte Suprema otorgara libertad condicional a reos de Punta Peu- co. Y Ana, quien no abrirá esa reja hasta el día que se sepa la verdad y la justicia alcance, no espera sola. “Un día entré al puerto de los recuerdos, abrí el polvoriento y viejo baúl, entre maravillada y asombrada, cual garugas en el cielo, vi cómo volaban páginas y páginas (…). Así parí este libro que más o menos es la vida misma”, lee Ana al repasar fragmentos de las cientos de páginas que a mano escribió durante años.

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