Palabra Pública - N°11 2018 - Universidad de Chile

Era tanto el frío que prefirió dormir con ropa. Todavía no se acostumbraba al invierno. Menos a la húmeda habitación que compartía con un amigo. Aún somnoliento, creyó escuchar una explosión. Cuando su compañero de pieza lo despertó, entendió que la pesadilla era real. Un estallido acababa de romper los vidrios de la pieza. La habitación se estaba incendiando. Kesnel Toussaint llegó a Chile el 4 de mayo de 2017, proveniente de Anse-à-Pitre, un pueblo haitiano de 30 mil habitantes ubica- do en la frontera sur con República Dominicana. Primero llegó a vivir a una pieza en la comuna de San Miguel y un mes más tarde se mudó a una vieja casona ubicada en Cienfuegos 237, junto a un amigo de infancia. Él fue quien le salvó la vida la madrugada del 18 de mayo de este año. “Me empujó, estábamos durmiendo juntos en una cama pequeña. Había humo, corrimos a la puerta y salimos. No alcancé a sacar nada”, recuerda. El incendio había comenzado en la pieza de Kesnel, aparente- mente por una falla eléctrica. Los gritos alertaron a los demás moradores que vivían repartidos en alrededor de 42 habitaciones. Más de 100 personas. El 90% haitianos. Según el mapa de la migración en Santiago, realizado por la consultora Atisba a partir de datos proporcionados por el censo 2017, la comuna de Santiago concentra la mayor cantidad de migrantes con 80.094 personas, equivalente al 25,6% de los ex- tranjeros reportados en la región. Los niveles de hacinamiento, a partir de los datos de la última Casen en la Región Metropoli- tana, alcanzan un 28% en población migrante, concentrándose en las comunas de Quilicura, Renca y Santiago. Una bomba de tiempo que estalló con la primera chispa surgida en la pieza del joven haitiano de 26 años. Sin luz en los pasillos, la evacuación fue caótica. El incendió se pro- pagó tan rápido que algunos inquilinos del tercer piso no pudieron bajar y comenzaron a lanzar colchones desde las ventanas y a ama- rrar sábanas para deslizarse hacia la calle. Una mujer descolgó a su pequeño hijo y luego se lanzó por la ventana. Otra perdió a su bebé luego de tirarse desde el tercer piso. Estaba embarazada. Varios ter- minaron con múltiples fracturas y uno de los habitantes murió. Esa noche, estudiantes de la Universidad Academia de Humanis- mo Cristiano, que estaba en toma, albergaron a gran parte de los damnificados. Al otro día las redes asistenciales de vecinos y di- versas organizaciones promigrantes comenzaron a buscar arrien- dos en el sector. “La escasez de habitaciones hizo que empezaron a subir de inmediato. Encontramos piezas pequeñas por 250 mil pesos. La especulación fue tremenda”, recuerda Valeska Aguilar, vecina de la vivienda afectada. Los más desprotegidos tuvieron que regresar a la casona sinies- trada. El abogado del dueño de la propiedad dijo en los noti- ciarios que se trataba de una toma, lo que fue desmentido por los migrantes con los comprobantes de pago. Cada piso, asegura Kesnel, era administrado por un delegado, el mismo a quien pagaba sagradamente 150 mil pesos mensuales por una pieza hu- Al menos 6 mil personas, según un catastro de la Municipalidad de Santiago, viven bajo esta modalidad repartidas en alrededor de 100 inmuebles. El déficit habitacional en la comuna alcanzaría las 14.405 viviendas. P.10 P.P. / Nº11 2018

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