Mapuche Nütram

22 MAPUCHE NÜTRAM HISTORIAS Y VOCES DE EDUCADORES TRADICIONALES Pero no fue sino hasta esa vez, de pie en el patio de su escuela en la comuna de Puente Alto, tras múltiples intentos por imitar a su abuelo, que Manuel por fin logró darle un sentido a lo que quería su abuela: no bastaba con sacarle un sonido a la trutruka , había que comunicar con ella, hacerla cantar. Manuel: “Fue la primera vez que perdí el miedo, como que me salió todo… cómo decirlo… me atreví y cuando terminé, tenía el corazón inflado”. Era una actividad conmemorativa del 12 de octubre y el pequeño Manuel Huichao se había ofrecido para mostrarles a sus compañeros quién era él: un mapuche. “Me acuerdo que bajé las escaleras y mis compañeros me recibieron gritando, con arengas prácticamente, me abrazaron, estaban orgullosos de lo que había hecho”. La madre grabó el momento con una cámara que se había conseguido y se la mostró a la abuela, en busca de su aprobación: “Ahí sí está bien, lo hizo bien”, dijo ella. El viaje Desde mediados del siglo XX, la sociedad mapuche experimentó tres procesos comunes al mundo campesino chileno: empobrecimiento, proletarización y migración. La crisis de la economía agraria que experimentó el país desde los años 60 y el despojo de las tierras, debido a políticas gubernamentales, confusas negociaciones, engaños y despojos, provocaron una migración hacia los centros urbanos, que se acrecentó desde los años 60. Los abuelos paternos y maternos de Manuel fueron parte de esa realidad. Ana y José, los abuelos paternos, venían de Pichichelle, cerca del Lago Budi, en la Novena Región; y de El Temo, a pocos kilómetros de allí, respectivamente. Pero como sucede muchas veces, estando allá, separados por una distancia menor, nunca se toparon y recién se vinieron a conocer en una gran ciudad, donde la migración sigue ciertos patrones y termina reuniendo a personas de similares características. Si bien muchos mapuche recién llegados a Santiago prefirieron esconder sus apellidos y silenciar su lengua para mimetizarse con una sociedad que escondía sus orígenes, Ana y José jamás lo hicieron. “No fue como en el caso de otros peñi y otras lamngen , cuyos abuelos fueron mucho más herméticos y no quisieron abrir su corazón para poder enseñar, porque, en el fondo, les traía malos recuerdos, malas cosas”, cuenta Manuel. Y así él nació y creció en un ambiente en el que el mapuzugun era hablado en situaciones cotidianas. En la mesa familiar, siempre estaba el mate, la sopaipilla, siempre se pedía el trapi (ají) o el kofke (pan). Manuel pasaba largas tardes de sobremesa con sus abuelos, en un constante viaje al pasado, sin el apremio de la vida moderna. ¿Cómo cosechaban la tierra, abuelo?, le preguntaba curioso Manuel. Y su abuelo contaba cómo se desarrollaba el trabajo en comunidad, cómo se devolvía la mano, no para pedir otro favor más tarde, sino por el sentido colectivo de la sociedad mapuche. Y así pasaban la tarde hablando del amor por la tierra, del respeto a las personas y a las cosas naturales y de nunca avergonzarse de su origen. En la cultura mapuche, el rol de los abuelos es fundamental en el traspaso de la lengua y costumbres a las nuevas generaciones. Y el caso de Manuel aquello fue evidente: “Casi todo lo que sé es gracias a mis abuelos, y sin ellos tal vez mi historia sería muy diferente. Yo aprendí todo esto no porque ellos me dijeran que tenía que saber tales cosas, sino que ellos viven sus orígenes con alegría y lo enseñan de manera consciente o inconscientemente, no se complican, nunca he visto que se avergüencen”.

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