Arte en la Chile
Revista de la Facultad de Artes
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Mauricio Barría Jara
Académico
Departamento de Teatro
OPINIÓN
Arte y medios de
comunicación masiva:
una necesaria
autocrítica
H
ubo un tiempo en que salir en un diario de circulación
nacional significaba tu credencial de existencia social
en el campo del arte. Un tiempo en el que esos me-
dios designaban aquello que era valorable y tenían el poder de
velar aquello que no se ajustaba a editorial.
Era un tiempo en el que la actividad artística, y el teatro en
particular, funcionaba como la fila única de un banco, en la que
si no lograbas ponerte detrás de un connotado, simplemente
desaparecías: no obtenías reconocimiento que era lo que te
permitía obtener fondos. Por lo que la lucha para entrar en
la fila, permanecer y no ser expulsados era ruda. Todo este
ambiente de competencia, no de diálogo y colaboración, que
implantó el sistema de mercado en la actividad artística chilena
posdictadura estaba así amparado ideológicamente por una
lógica hegemónica de las comunicaciones, en la que deter-
minados medios de derechas o de izquierdas dictaminaban lo
posible de concebir en el imaginario de la creación.
Con la irrupción y desarrollo de los nuevos medios tecnoló-
gicos y las redes sociales, esto en algo ha variado. Mientras,
en décadas anteriores era posible distinguir con claridad ten-
dencias o líderes hoy el paisaje aparece más difuso, amplio, y
plural. Ya no hay eso del artista de moda, la obra que la lleva,
o lo mejor de lo mejor, al menos, ya se ha habla en plural. Sin
embargo, este cambio no ha sido producto de una lucha de
los artistas, más bien de la evolución natural de la industria
de los medios. Si en la década de los sesenta los medios de
comunicación fueron espacios de resistencia, de construcción
de discurso emancipador, ya en los noventa esta situación ha-
bía mutado y lentamente habían devenido en los principales
agentes sostenedores de esta nueva sociedad de mercado
que de modo tan notable Guy Dabord denominó sociedad del
espectáculo. Pero el problema no radicaría en tal o cual medio,
o en las personas que trabajan en ellos, o en que éstos hayan
abandonado su función social; el problema es la lógica que
los define, la que Marshal Mc Luhan sintetizó en la expresión
“los medios son el mensaje”. Entonces, no es que los medios
puedan escoger estar de un lado u otro, los medios son la ideo-
logía operante de una sociedad de mercado globalizada, la que
Orson Welles denunciara de forma tan clara en el
El ciudadano
Kane
. Si bien los medios son lo que son, lo cierto es que su
poder radica por sobre todo en la capacidad de autocrítica que
pueden producir en su propio cometido. Si la autoreflexión de
los recursos es condición contemporánea del arte, es hora que
los medios estén a la altura de los tiempos.
La relación hoy entre arte y medios es
asimétrica, pues mientras el arte sigue
necesitando de los medios para su difu-
sión, los medios no necesitan del arte
para llenar contenidos y cuando lo ha-
cen, se rinden a su propia fascinación:
la dictadura de lo “periodístico” que
significa aquí lo anecdótico, lo especta-
cular, la seducción hueca de lo que no
tiene complejidad, entonces importa el
titular, el tips, la noticia: la vida como
melodrama.
En otro tiempo Ramón Griffero afirmaba que “No hay libertad de
expresión, si no hay difusión”, refiriéndose a la responsabilidad
que tiene el Estado de garantizar que todas las expresiones
artísticas tengan la cobertura que merecen. Otra deuda del Es-
tado, otro síntoma de su crisis.