Palabra Pública N°16 2019 - Universidad de Chile

coro de la audiencia con la melodía de “Chile despertó”. No siempre ha habido escenarios así en estas semanas de manifestacio- nes callejeras desde el 18 de octubre. Pero siempre ha habido música. Ha bastado salir a las calles para encon- trar guitarristas aficionados, ban- das de bronces, batucadas, tinkus o chinchineros, para corear cánticos con manifestantes o para leer versos de canciones inscritos en paredes y pancartas. Se oyen una y otra vez “El baile de los que sobran”, de Los Pri- sioneros, “El derecho de vivir en paz”, de Víctor Jara, y “El pueblo unido”, de Sergio Ortega, y Violeta Parra se multiplica en carteles, papelógrafos y rayados, con la clarividencia de versos como “Miren cómo se alistan cabo y sargento / para teñir de rojo los pavi- mentos” si hay que referir a las vícti- mas de la represión uniformada, o de títulos como “Miren cómo sonríen” si se trata de retratar algo tan puntual como el rictus del ex ministro Andrés Chadwick en tres palabras certeras. La música popular es repertorio, pero además es referencia. Ante una idea recurrente en esos primeros días de revuelta, sobre lo difícil que fue an- ticipar este conflicto, la canción es un desmentido, como constancia previa y cuantiosa de los motivos de la crisis. Cierto que fue un asalto por sorpresa, pero lo impredecible pudo ser el mo- mento, no el estado de cosas que trans- formó la chispa en incendio. Sobre ese estado hay literatura, hay un historial de movilizaciones previas y hay músi- ca. “No son treinta pesos, son treinta años” es una de las consignas iniciales del movimiento, tal vez la primera, y de esos treinta años existe evidencia grabada en canciones. Es posible remontarse a los ini- cios de la transición en los 90 para trazar desde ahí la denuncia del Chi- le posdictatorial hecha en versos y música. El sello disquero Alerce había producido el más cuantioso reper- torio musical contra la dictadura de Pinochet en los años 70 y 80 y siguió difundiendo a grupos de esa escuela. “No voy a bailar al ritmo de ningún general” afirmaban los citados Sol y Lluvia en el disco Hacia la tierra (1993), como si fuera una respuesta a los enclaves dictatoriales vigentes, y el dúo Schwenke & Nilo grababa en “Anda un pueblo” (1993) la estrofa “Este pueblo se pasa el tiempo / pare- ciéndose a los demás / sus canciones son otra lengua / no hay oídos para el de acá / el Estado es un ente iner- te / con una sola ocupación / tener en calma al poderoso / sea gerente o general”. Eran versos molestos para la época, visto el desuso en que habían quedado palabras como “pueblo” en el escenario político de consenso, pero sorprende su sintonía con las rimas de “Al pueblo le asusta la revo- lución”, canción grabada dos décadas después por el rapero Portavoz en 2012. Dos momentos, dos lenguajes, la misma observación. El rock, el punk y el rap aporta- ron orígenes proletarios genuinos a este discurso crítico gracias a bandas como Panteras Negras y sus rimas de población popular, Los Miserables con una combinación de ska y punk rebelde o Sandino Rockers con su ska militante. La Banda del Capitán Corneta apuntaba a la brutalidad policial en el blues “Sarna” (1994), mientras Profetas y Frenéticos en su segundo disco, Nuevo orden (1992), capturaban instantáneas como “Nue- vos tiempos, todos amigos / cualquier idiota se disfraza y pasa por ovejilla” en “Nuevo orden” o “Ellos hablan de que se preocupan por darnos bienes- tar a cada cual / y todos tener / y yo quiero comprar también antes de que se acabe el stock” en “Caribou Lou”. Hijos de los años finales de la dicta- dura, Fiskales Ad Hok tienen en el historial títulos contestatarios como “El cóndor” (1993), donde el cantan- te Álvaro España imagina un cóndor que baja de las montañas y cubre de una diarrea justiciera instituciones como La Moneda, el Congreso y la Iglesia, y siguen en esa línea con can- ciones como “Odio”, “Cuando mue- ra” o el disco Lindo momento frente al caos (2007). Hasta grupos más visibles del pop y el rock de los ’90 mostraron cuotas de contingencia en la supuesta crisis moral acusada por la iglesia católica que Beto Cuevas cita en “Tejedores de ilusión” (1993) de La Ley, en cancio- nes de Los Tres como “La primera vez” (1991) o “De hacerse se va a hacer” (1997) y en el verso “Hasta cuándo con eso de todo está bien / basta ver las vitrinas y el Senado también” con que Colombina Parra inicia la canción “Vendo diario” (1996), de los Ex. En la misma época el libro Chile actual: anatomía de un mito (1997), de Tomás Moulian, parece ser la lectura de ca- becera del Joe Vasconcellos que grabó “La funa” y “Preemergencia” (1997), con menciones al “alto precio de la modernidad” y “lo absurdo con celu- lar”. El trovador Francisco Villa venía cantando a la juventud nacida en dic- tadura en “Mi generación” (1993) y al transformismo político de parte de la misma generación en “¿Qué fue de ti?” (2000). Y en el caset La esperan- za intacta (2001) editado por el sello autogestionado Masapunk, la banda hardcore Malgobierno hacía referencia a lo bonito de legislar con versos como “Orgulloso de trabajar / en el Senado de Pinochet”, de la canción “Legislar”, con el dictador todavía investido como senador vitalicio. En el nuevo siglo fue sobre todo el rap el que hizo explícito el mensaje. Makiza había traído su visión de hijos del exilio a fines de los 90 mientras 71

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